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ALTEREGUMANCIA

El Hombre sin causa

El Hombre sin causa

Cuando me senté en el vagón del tren que lleva  de Milvania a Ferozi noté que alguien había dejado olvidado su diario en el suelo.  El rojo chillón de sus tapas me hizo pensar en el truco que usan los insectos para que ningún animal se les acerque y trate de comérselos.

A pesar de esa advertencia de peligro lo abrí casi de inmediato, y empecé a ojearlo con una mezcla de curiosidad  y culpa, como aquel monje en el lavabo de las damas.

Rápidamente descubrí que el diarista era soso y daba excesiva importancia a detalles que sólo a él (y quizás ni siquiera a él) importaban.  Se concentraba casi exclusivamente en comentar las pequeñas variaciones en sus rituales de higiene (esencialmente si había tenido tiempo o ganas de utilizar el hilo dental), lo que había comido, los resultados del fútbol y la hora de irse a dormir, a lo que parecía conceder enorme orgullo ("logré acostarme a las ocho.  Voy a poder dormir 10 horas corridas").   

Hastiado, busque directamente las páginas del final para leer lo último que escribió.

  

Querido Diario:

No me he cepillado los dientes hoy.  No he tomado café. He salido a las carreras y casi me deja el tren.

El compartimento que me tocó está del lado de los desfiladeros, y solo espero que el vértigo me entretenga.

Había nevado toda la noche anterior, y en los grandes ventanales del vagón, el espectáculo de la blancura sólo se interrumpe aquí y allá con líneas negras, irregulares pero dispuestas con sentido y gracia.   El cielo de un azul lavado sólo  proporciona un marco temporal,  porque siento en los huesos que vienen tormentas.

Entre estas dos ciudades —la primera en la cima de la montaña, la segunda en el fondo del valle­— debe haber unos 200 kilómetros en zigzag, los cuales transcurren sin bar ni restaurant.  Es indispensable llevar agua, bocadillos y un buen libro. 

Olvidé las tres cosas con el azoro de dejar atrás las murallas del trabajo, para ir al lago a pescar en el hielo, y sumergirme en las piernas de mi mujer durante el fin de semana largo de las fiestas. 

Me di cuenta de mi fatal olvido justo después de colocar el bolso en el sombrerero y me dejé caer en el asiento con desmayo.  Sentí el apretujón de la resequedad en la garganta, la premonición de un vacío en el estómago y la angustia del aburrimiento en el pecho. 

El tren Aluvional siempre viaja bastante vacío y me temí lo peor.  Largas horas imaginando que el tiempo va a pasar rápido.

Cuando el mareo se estaba transformando en letargo alguien entró en mi compartimiento, y sentí la alegría del perdido cuando aparece.  Cuando menos un poco de agua y conversación tendría.

Debo reconocer que mi estilo confianzudo latinoamericano no ha cedido con los años de emigrante, y a los pocos minutos ya estaba preguntándole al recién llegado cosas personales e incluso íntimas, tuteándolo, y contándole chistes subidos de tono, que me parecía que rompían el hielo.  Nuestra conversación se fue asentando y era un toma y daca constante.   Partes de ella  vuelven a mi mente una y otra vez, como si contuvieran un enigma que debo resolver. Otras ya se borraron por completo.  Sobretodo recuerdo con nitidez el final de nuestra plática y voy a tratar de reproducirlo de memoria. Él me decía:

- No es solamente que no tenga un propósito en la vida.  No es eso.  O eso no es lo principal.  Lo que me ocurre es que no me siento conectado con nada.  No siento que venga de nada.  No siento que se hayan dado una serie de eventos para que yo esté aquí y ahora.  No hubo una conjunción de cosas que dieran como resultado mi persona.  No cambia nada si estoy o no estoy y el mundo hubiera sido exactamente igual a como es (y cómo seguirá siendo) si yo no hubiera venido al mundo.

- No digas eso… ¿Tu estás consciente, para darte sólo un ejemplo, de la delicada red de casualidades y coincidencias que llevaron a tus padres a juntarse?  Un retraso, un asiento compartido, el cruce de dos miradas entre un trillón de pares de ojos, una motivación común que los llevó a compartir un cierto espacio entre los muchos posibles…

- Mire la verdad no lo sé, respondió mi compañero de vagón, que aunque generoso con sus vituallas (la mitad de su emparedado de camarones, algunas fresas  y un paraguayo bien jugoso) nunca llegó a tutearme.  Puede que yo sea el resultado de un olvido, una violación o una borrachera.  No sé si le parecen causas fuertes.  Me crié en la inclusa.  Aparecí en los cubos de la basura que estaban justo al lado de la puerta del orfanato, y los del aseo tuvieron la bondad de acercarme hasta allá.  Quienes quiera que fueran mis padres no tuvieron ni siquiera el deseo de empujarme dos metros más allá para que alguien me cuidara.

- ¿Y crees que eso no te cambió?  Yo creo que el que te hayan abandonado (no sabemos si adrede o no) tiene que haber cambiado muchas cosas en tu vida.

- Eso es hacerle trampas a mi argumento.  La ausencia de causa no es una causa.  Que nadie me haya ayudado a encontrarle sentido a mi vida, que yo no sepa cuál es mi herencia, mi historia, mi arraigo no pueden ser considerados positivamente, como un vacío que sin embargo deja huella.  No me puede usted decir que el que nadie haya establecido conmigo relaciones profundas ha dejado una profunda marca. No me parece lógico, ni justo.

- Siento mucho lo que viviste, le dije apenado…. Y segundos después volví a perder las reservas necesarias.  Pero estoy seguro de que tienes una misión.  Esa es la razón por la que estás aquí.  Algo… quizás un gesto pequeñísimo que tienes que hacer, que tiene una importancia fundamental.  Por eso naciste, por eso no has muerto.  Son cosas que sólo sabe Dios. 

- Desde pequeño he sufrido paperas, sarampión, varicela, diarreas constantes, hemorroides y jaquecas, entre las dolencias que vienen y se van.  Y entre las que se quedan más tiempo he tenido asma, epilepsia y una forma virulenta de acné.  Ah, y me duelen los dientes todo el tiempo.  No han terminado de arreglarme una caries cuando ya ha aparecido otra en otra muela.  He sufrido tres accidentes de tránsito graves, y me han operado otras tantas veces para extraer cosas extrañas que crecen en mi cuerpo sin ton ni son.  Ya no sé si más bien estoy en un experimento de laboratorio. Parece como si ese "algo" del que usted habla quisiera más bien sacarme del camino, y no ha podido.  No se me hace que quiera encomendarme algo. 

- Bueno… Ahí tienes tu causa.  A lo mejor sirves para probar la resistencia y la fe, como Job. 

- No sé… A mí más bien me da la impresión de que soy aleatorio. Soy algo que cayó accidentalmente en el cultivo de mi lista de enfermedades,  y que ni siquiera se nota cuando está enfermo, porque no es lo que están buscando en el experimento.  Como una pulga que cayera en medio de un experimento de ratones.  Estaría allí, en el fondo de la jaula, enferma, sí, pero sin ningún propósito, y sería descartada luego, porque ensucia.  Soy quizás, y perdóname la crudeza, un excremento de esa pulga.

Mi compañero de viaje me contaba todo esto sin mostrar tristeza.  Su rostro parecía tranquilo, y sólo miraba de vez en cuando por la ventanilla, como si descifrara los haikus del paisaje.  Desenrollaba una bufanda violeta que llevaba en el cuello y la dejaba caer distraídamente al suelo, como una chica que suelta su pañuelo para llamar la atención de su chico.  Luego la recogía sin bajar la vista y sin dejar de hablar.

- Se lo repito: lo que siento realmente es que no tiene la más mínima importancia si vivo o si muero.  Nadie me creó, nadie me ayudó a vivir, nadie me adjudicó un plan, nadie me va a pedir cuentas, ni por lo que haga, ni por lo que deje de hacer. Estoy fuera del plan, no hay registros de mi existencia.

- Esa no es forma de vivir, le dije sin convicción.

- A lo mejor no… Pero me he acostumbrado a vivir así.  Creo que el vacío forma parte de mi ser, lo atesoro.  No cultivo amistades, no me enamoro, no trabajo más de tres meses en el mismo sitio, me mudo una vez por año.  No quiero que nada venga a interferir en mi existencia sin causas, sin contextos, sin relaciones...

- Pero aquí está usted contándomelo.  Imagine que en el futuro yo trate de imitarle, y busque vivir una vida cero… Entonces habrá usted iniciado algo.  Yo sería el primer miembro de una secta que llevaría su nombre.  A lo mejor juntos cambiaríamos el mundo.

Por primera vez en todo el viaje se sonrió, con la boca ladeada en un rictus de desprecio, y me miró como si yo fuera una mancha viscosa.

- Tendría yo que buscarle y matarle.  Lo que seguramente sería el crimen perfecto porque no existe ninguna relación entre usted y yo. 

Dijo esto, se paró, recogió su equipaje y me dejó con la incomodidad en los codos, que no hallaban donde posarse. 

Esto es lo que recuerdo de nuestro intercambio.  Al levantar la vista me di cuenta de que nos habíamos detenido en la estación de Ferozi. El viaje fue casi instantáneo, lo que tengo que agradecerle a mi acompañante.  

Pero ya se ha ido,  así que no podré echárselo en cara, como un argumento más de su función en este mundo. 

Tengo ganas de conseguirme ya con D. y contarle mi aventura.  Me decido a levantarme de mi asiento y tiro de mi bolso para sacarlo de la sombrerera, y veo pasar delante de mis ojos tus tapas azul cielo.  Caes estrepitosamente al suelo y me parece que es un llamado de atención: tengo que recoger los detalles por escrito, antes de que los olvide.

Me vuelvo a sentar, dejo mi bolso en el suelo y decido escribir esta entrada, que hasta ahora es la más extraña que he escrito.

La última entrada se interrumpe abruptamente pocas líneas después,  cuando el autor se explayaba acerca de la posibilidad de influir sobre los demás.  Levanto la vista y me froto en los ojos la concentración con la que leía hasta ese momento.

Me doy cuenta de que el tren ya recorre el camino de subida a Milvania.  Unos patos miran con frustración el estanque congelado y levantan el vuelo. 

Enlazo una sensación de vacío con el gesto de sacar mi propio cuaderno de anotaciones, y el amarillo de su cubierta me reconforta un poco. No quiero llevarme un diario ajeno, pero quiero que esté conmigo. Quisiera reproducir el contenido y añadirle mis propias reflexiones. 

Espero que me alcance el tiempo.

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