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Fabulaciones Filosóficas

Los cacerolazos y el kokoro

Los cacerolazos y el kokoro

Juan Carlos mencionaba hoy en su twitter un concepto que tenía muchos años sin recordar.  Lo hacía a propósito de los cacerolazos: "vamos a poner a vibrar el kokoro". 

De este concepto hablamos mucho en nuestra juventud.  Provenía de un libro de aventuras de Eric Van Lustbader llamado White Ninja.  Uno de esos best-sellers sin mayor trascendencia que nos encantó leer porque estaba muy bien narrado, con una acción trepidante y un erotismo subidísimo de tono.

Pero de lo que hablábamos mucho en aquel entonces era del kokoro.  Esta palabra japonesa significa "corazón", y Van Lustbader la usaba para referirse a una especie de membrana o núcleo interno de la realidad que uno podía llegar a modificar.  Lo cito:

"Existe una membrana en kokoro, el corazón de las cosas.  No es un órgano que late, bum-bum, bum-bum, bum-bum, como tu corazón o el mío lo hacen.  Es un campo de energía que puede ser influenciado por la manipulación de fuerzas dentro de nosotros mismos.  Los caminos son dobles: ritual y meditación.  Acciones ritualizadas y pensamientos meditados.  Ambos focalizan la energía, enganchándola en un rayo concentrado que puede ser golpeado contra la membrana de kokoro, excitándola, ejerciendo influencia.  Los caminos deben ser repetidos una y otra vez.  Mientras más duran estas repeticiones, mayor es la excitación de la membrana kokoro, y mayor es la energía creada".

Seríamos pues como 7 millones de ninjas de la cacerola.

Rousseau y la educación de los discapacitados

Rousseau y la educación de los discapacitados

Juan Jacobo Rousseau era hombre de paradojas, contradicciones y escándalos.

Frecuentemente se menciona su poca sensibilidad hacia los niños, y específicamente se habla de la espartana perspectiva que manifiesta hacia  la discapacidad.  Rousseau consideraba que  si el cuerpo no estaba en perfectas condiciones el ser humano no era útil para la sociedad, y no estaba siquiera en condición de aprovechar cualquier esfuerzo que se hiciera por educarlo, por lo que  era hacerle perder el tiempo a su maestro, y por tanto "duplicar la pérdida para lo sociedad y quitarle dos hombres por uno" (Emilio).

Esta frase de Juan Jacobo  resulta en nuestros días completamente escandalosa, pero quizás lo era bastante menos en su época.  Aunque al ginebrino gustaba de llamar la atención, y como herramienta usaba los desplantes y las frases altisonantes, es posible que esta nos suene más fuerte a nosotros que a sus lectores de antaño.

Hogaño hemos desarrollado otra concepción alrededor de las discapacidades.  Fundamentalmente porque, más allá de que una persona con discapacidad llegue o no a diseñar cohetes, a correr los 100 metros planos o a componer sinfonías, lo que realmente consideramos fundamental es que pueda llevar una vida autónoma.  Que no dependa de otros, y que estos otros no puedan aprovecharse de esa dependencia para "protegerlo" en un encierro aniquilador.  En última instancia que pueda decidir por sí mismo, según su gusto, potencialidad y voluntad lo que quiere hacer con su vida, exactamente como se supone que hacemos todos los demás.

Sin embargo, y dejando de lado lo políticamente correcto, Rousseau tiene razón en un sentido muy especial: sólo se puede educar a aquel que realmente lo va a aprovechar.  De lo contrario, se pierde el tiempo del educador y del que reniega de la educación.

Yo diría pues que se puede aprovechar su reflexión de la siguiente forma: son los discapacitados de la voluntad los únicos que hacen que el educador pierda su tiempo. 

Aquellos que no desean sentarse a estudiar.  Aquellos a los que les da pereza pensar un problema.  Aquellos a los que les parece tediosa la lectura.  Aquellos que creen que investigar es un  despilfarro de esfuerzo.  Aquellos a los que la teoría les parece jerigonza, y la práctica un simulacro banal. Todos los que temen ensuciarse los codos en un escritorio, que se les quemen un poco las pestañas frente a un libro o un computador, o a los que les aburre la repetición incansable que exige toda disciplina, despilfarran el esfuerzo educativo.

Para contribuir a instaurar un círculo vicioso perverso,  en el ámbito de la formación de docente pululan este tipo de inválidos.  Son los estudiantes que piensan que la carrera docente es poco exigente, fácil de cursar y en la que graduarse es tan sólo un trámite.  Estos infelices, después de obtener el título, piensan que el cargo docente tiene la gran ventaja de que sólo es necesario dedicarle unas pocas horas, de vez en cuando, y se obtienen beneficios socio-económicos que aunque hay que redondear, representan un buen "respaldo",  una entrada segura que se alterna con otras actividades más lucrativas, a las que se les dedicará el grueso de la jornada y el esfuerzo laboral.

Estos tullidos de la moral aparecen de vez en cuando por los institutos, cumpliendo una ínfima porción del mínimo de sus deberes,  y para colmo contaminan a sus estudiantes con su indiferencia y su mediocridad, reforzando en ellos la impresión de que educarse es una farsa, para la cual que no hace falta voluntad sino maña.

Creo que no es la menor de las causas de este fenómeno nuestra insistencia en la obligatoriedad de que todo el mundo reciba educación, y que el éxito en la vida solo puede alcanzarse mediante un título universitario.  Desprecio disciplinario por la maravillosa diferencia de los recorridos humanos, que además genera cínicos y resentidos, porque muchas veces el ignorante y el tramposo ganan más que el que tiene un título.  Educarse termina siendo un procedimiento administrativo, un título nobiliario sin garantías, y los docentes unos funcionarios grises, unos fantasmas de la corte.  

Creo que la solución pasa por reconocer que el cuerpo no le pide lo mismo a cada uno, y que ha de haber gente para todo.  El que no le guste estudiar pero ame el pan, que se haga panadero.  Hace infinitamente mas el bien un panadero que ame su oficio que un ingeniero, un médico o un maestro cuya mayor preocupación es hacer dinero con el menor esfuerzo. 

Creo que Rousseau apuntaba, entre otras cosas, hacia allí.

Las estatuas de Bolívar

Las estatuas de Bolívar

Me encomendaron hacer una estatua para conmemorar el nacimiento del Prócer de la Patria.

Un fulano gris, empleado de la alcaldía vino a verme una mañana y me ofreció una cantidad X para que esculpiera una estatua para la plaza Bolívar de W. 

El dinero era poco, aunque el burócrata me propuso el trato con un dejo de desprecio, como si me estuviera otorgando una venia que yo debía aceptar alborozado.

Inmediatamente recordé los ejemplos que me daba mi Profesor de Filosofía para tratar de hacernos entender  las causas aristotélicas:  "La causa material es la materia de la que está hecho algo,  y que le permite ser lo que es.  Por ejemplo, una estatua de Bolívar estará hecha de… ¡Bronce! muy bien.  Porque el bronce es moldeable y duradero.  Si uno la hace de hielo, se derrite y desaparece.  El hielo está bien para hacer estatuas seudo-eróticas para una fiesta, pero no para una estatua de Bolívar". 

"Luego, la causa formal, es precisamente la forma, las características esenciales que hacen que algo sea lo que es.  En la estatua de Bolívar la forma dependerá de la plaza.  En una plaza pequeña será… ¡Un busto! muy bien. En una plaza más grande lo tendremos de pie.  En plazas importantes estará a caballo.  Y en las plazas de gran envergadura el caballo estará en equilibrio sobre dos de sus patas, y Bolívar blandirá su espada". 

"Después tenemos la causa eficiente, que es el ente que hace posible que la cosa llegue a existir.  En el caso de la estatua de Bolívar será… ¡El escultor! muy bien.   Por último tenemos la causa final.  Esta representa la finalidad, la razón por la que algo llega a ser lo que es.  En el caso de nuestro ejemplo… ¿Para qué se manda a hacer una estatua de Bolívar?... ¿Para honrar la memoria del Prócer de la Patria dicen? Ingenuos.. ¡Para que el Alcalde se embolsille unos reales!  Pide 100 millones para la estatua, le da un millón a un escultor de poca monta y con ganas de figurar, y se queda con los otros 99."

Yo era, seguramente, el escultor de medio pelo.  Dos o tres de mis estatuas — que representaban hombres tratando de mantener el equilibrio en situaciones improbables— estaban ubicadas en puntos más o menos visibles de la ciudad.  Pero nunca estaba de más ganarse unos centavos extra con un encargo. 

Me dieron la fecha estimada de inauguración de la Plaza Bolívar de W y me puse de inmediato a diseñar lo que haría.

Desde el primer momento me propuse hacer una estatua de Bolívar que rompiera con las convenciones.  La mía sería diferente.  Sería recordada e imitada.

Yo quería representar otro Bolívar.  ¡Y lo logré!

El día de la inauguración estaba presente la crema y nata de W.  Un escalofrío me enderezó el espinazo, y no supe si era miedo u orgullo.  Cuando el Alcaide tiró de la cuerda la primera reacción de la masa fue un silencio estuporoso.  Todos quedaron con la boca abierta, nadie se atrevía a respirar.  Juntos parecían la fotografía de una coral entonando el himno.  Luego empezaron las caras sonrojadas, los abucheos, los gritos y las piedras aventadas contra la espalda y las nalgas del gran Simón.

La estatua representaba al Padre de la Patria, totalmente desnudo, montado encima de una (que podía ser Manuelita, la "Pepa" o cualquiera de las otras).  Simón arquea la espalda para poder verle los ojos a su amante mientras la taladra.  Una posición del misionero clásica, pero a mi entender, hecha con brío.  La figura femenina se empeña en voltear la cara hacia un lado, mientras su rostro muestra las señales de un éxtasis fatigado.

Nadie captó la importancia de mi obra.  La estatua fue desmontada y desapareció en algún oscuro sótano de los edificios públicos. Ese día casi me linchan, y poco después me dieron cárcel por cinco años, acusado de apátrida y traidor.  Esto que escribo llegará a ustedes por las veredas rebeldes que tiene la palabra.  No dejo de pensar en lo que haré cuando salga de aquí.

Quiero tallar una estatua en la que Bolívar este cagando. 

Quiero inmortalizarlo agachado, justo en el momento en el que la puntita del mojón asoma, y el héroe, como cualquier hijo de vecina, aprieta todas las venas, arterias y tendones de su cuello para darle el empujón final.

Con esa me forzarán al exilio, y mi carrera estará consagrada.

El Amor Platónico

El Amor Platónico

Nuestro "amor platónico" es esa persona que nos parece perfecta, que no sabe de nuestra existencia pero por la cual existimos, la suma de todos los bienes y que nunca hemos rozado, con la cual sólo nos hemos besado en sueños y el destino final de los suspiros más roncos y silenciosos. 

Pero este término puede servir también para entender mejor algunos conceptos de la propuesta platónica, tanto por aquellos sentidos que se corresponden bien con el pensamiento de Platón, como por aquellos que no tienen nada que ver, o que incluso lo contradicen.

También podría referirse al tratamiento que hace Platón del tema en su diálogo El Banquete, lectura que recomendamos para degustar filosofía bien escrita, y revisar varias teorías acerca de lo que es el amor… Pero creo que resulta muy útil si se le compara con la relación que el ateniense parece establecer entre nosotros y las ideas, tal cómo puede encontrarse en diálogos como República y Fedro.  

En estos diálogos, y para hacer corto un cuento muy largo, Platón plantea que el mundo está dividido en dos: un mundo en el que vemos "sombras nada más" (como en el bolero) y un mundo de las Ideas.  El primero es sólo apariencia, engaño y superficialidad.  Está hecho de las cosas corporales.  El segundo es todo perfección, armonía y verdad y está constituido por los "moldes" de todo lo que hay en la realidad.  Ambos mundos coexisten, pero sólo aquellos que se preparen podrán ver "más allá" de las apariencias, y, con el "ojo del alma" percibir las Ideas.  El que logra percibir las Ideas ve realmente lo que es, y no su apariencia engañosa.  De ahí que hay que hacer un esfuerzo por lograr ponernos en contacto con ellas.  En este texto trataremos de explicar un poco más la relación que tenemos con las ideas, usando los conceptos que están incluidos en el de amor platónico.

Uno de los sentidos que se da al amor platónico  es el de "amor ideal".  Nuestra atracción estaría dirigida hacia algo perfecto, sin defectos, que lo tiene todo.  En este caso la metáfora funcionaría bastante bien.  Las ideas son lo real en su perfección total.  Son el modelo hacia lo que todo tiende y a lo que todo intenta parecerse.  Cada silla que existe en este mundo de sombras intenta parecerse a LA SILLA, la perfecta, la del mundo de las Ideas, y si uniéramos en uno sólo todos los modelos de silla que existen, esta sería la silla perfecta.  Y amaríamos a esa Silla (o por lo menos nuestra espalda lo haría).

Otro de los sentidos que le damos al amor platónico es que es inalcanzable.  La persona en la que nos hemos fijado no tiene ninguna relación con nosotros y es imposible que la tenga jamás.  En este caso el sentido parece alejarse de la propuesta platónica.  Con las ideas tenemos una relación muy difícil, pero muy estrecha: ellas están en nuestra alma, y con un proceso educativo podemos llegar a ponernos en contacto con ellas (aunque lograr ver la más perfecta de las Ideas, la Idea del Bien, puede que ocurra recién cuando alcancemos los 55 años). 

El problema es que, acostumbrados como estamos a estar dentro de un cuerpo que mira hacia afuera, hacia el mundo de sombras y engaños, hacia el resto de los cuerpos, entonces no vemos las Ideas.  El cuerpo es una limitación (de ahí que Sócrates casi se alegra de tener que morir envenenado con cicuta).  Para ver las ideas tenemos que educar nuestro espíritu, dialogando con la realidad, frotando los nombres, las imágenes y los conceptos para que se produzca una chispa que nos permita atisbar las ideas, y sus relaciones con otras ideas.

Por último, decimos de un amor platónico que es una relación en la que no existe contacto físico.  Nunca he tocado a ese ser que me quita el sueño, y no creo que llegue a tocarlo, sobre todo porque quizás no me atreva, porque en el fondo le temo.  Temo no merecerlo, temo que me desprecie, temo decepcionarme.  Este sentido, que suele estar bastante presente, es quizás el más alejado de la concepción platónica de las Ideas. 

Porque para Platón, el proceso para alcanzar conocimiento de las ideas empieza con el cuerpo.   A través del cuerpo olemos, tocamos, probamos, escuchamos vemos y en suma nos revolcamos en lo que amamos.  Por ahí empezamos a conocerlo, inevitablemente.  El cuerpo está ahí en medio, y como está ahí, todo pasa por él, todo empieza en él. 

El secreto estriba en no quedarse pegado en las sensaciones del cuerpo.  Hay que seguir profundizando en el conocimiento, o elevándose hacia él,  porque lo que nos provee el cuerpo es una pequeña parte de todo lo que contiene la Idea.  En el caso del amor tenemos que hacernos amigos de aquel a quien amamos,  compartir aventuras, conversar hasta el amanecer, apoyarnos, pelearnos y luego reconciliarnos, pasar apuros juntos, y juntos solucionarlos, descubrir los matices de nuestra personalidad, reírnos y llorar, en fin, pasar vida juntos, llegar a conocernos.  Aún cuando el cuerpo decaiga, el amor tiene que ser cada vez mayor, porque amamos el alma que conocemos cada vez mejor.  Si se fijan bien, la chispa se produce con esfuerzo.  "A primera vista" puede que atisbemos algo, pero no es suficiente.  El esfuerzo continuado, disciplinado, dialogante, de intercambio, de oposición benevolente es el que me lleva a acercarme a mi amor, o a la Idea.  El amor es un esfuerzo, uno aprende a amar, uno se educa para amar amando. 

Ese es el amor platónico.