Lo Malo de la Corrupción.

Es una ley de la naturaleza que las cosas intentan seguir el camino más fácil. Por ejemplo, los líquidos se cuelan por la rendija más grande, o por el conducto más amplio. Es lógico y natural.
Llevado al ámbito del comportamiento humano, este podría ser el origen de la corrupción. La gente quiere hacer las cosas sin que le cueste mucho, y terminan rompiendo las reglas para lograrlo.
Resulta tan natural que incluso existen ciertos planteamientos que hacen ver la corrupción como algo conveniente, o, cuando menos, algo imposible de evitar. Vendría siendo como el aceite “especial” que mantiene la maquinaria en marcha, pero que debe ser sabiamente administrado para que no chorree ni manche. Sería el “plus” que impulsaría una actitud más vigilante, una disponibilidad anímica constante, una creatividad desbordada en función de alcanzar la meta. Es decir si usted no deja que la gente robe un poco, sencillamente no le trabajan como usted espera.
Uno de los grandes problemas de la corrupción es que es el punto de enlace entre el Estado y el crimen. Empieza con el que sabotea los procedimientos para hacerlos más lentos, de modo que la gente tenga que sobornar para lograr hacer uso de sus derechos, y, gran paradoja, llega a entorpecer hasta los actos que tienen como fin cumplir con los deberes (por ejemplo, pagar los impuestos).
Este proceso de degeneración continua termina con el lavado de dinero, el tráfico de armas, el narcotráfico, el secuestro, el robo de bancos y el fraude financiero, que implican siempre una cierta colaboración de organismos e individuos que forman parte del Estado.
Pero además la corrupción es una torcedura moral. Un elemento que comienza a hacerse cotidiano, que fatiga el alma y destempla las ganas de hacer las cosas bien. Tarde o temprano todos terminamos diciendo una de estas frases para justificarnos: "que importa, todos lo hacen, el sistema te obliga porque es ineficiente, yo me lo merezco, no me están viendo, nadie se va a dar cuenta, eso no lo usan, si no aprovecho yo se aprovecha otro".
En última instancia la corrupción es un ataque directo a nuestros derechos. El que corrompe lo hace para facilitar lo que a todos nos es difícil, para abrir lo que para nosotros está cerrado, para acelerar lo que para nosotros está detenido, para obtener permiso de hacer lo que a nosotros nos esta prohibido, para poseer lo que a nosotros nunca nos dan. Lo que a algunos les cuesta trabajo, los corruptos lo consiguen antes, gratis y sin cumplir con los trámites que a nosotros nos llevan papeleos, esperas, malos tratos y largas colas.
Precisamente en las largas colas tenemos el ejemplo que se ve con más frecuencia. Esa gentuza se para ahí, al principio de la misma fila que hemos estado haciendo desde las 3 de la mañana y esperan un descuido para ponerse en los primeros lugares. Con su cara tan lavada. En un acto premeditado, la persona se acerca a la cola buscando donde atacar. No es un descuido. Es un deseo de cometer un acto agresivo e injusto para con los demás, y el atrevimiento de hacerlo, haciendo caso omiso de las barreras que se ponen para advertir el límite y la trasgresión (leyes, normas, vigilantes o rejas). Es decir, todas las barajitas de un criminal.
El problema de aceptar la corrupción es que esta se constituye en el motivador más eficiente: “pónganme donde haya” se transforma en la única exigencia que se hace para la carrera profesional. Y esto va acompañado con otras herramientas igual de corruptoras, tal como el “atajo”, la “componenda”, la “comisión” y la “piratería”.
La motivación nunca debería ser moralmente objetable. Se debe tomar en cuenta que las personas funcionamos con deseos y apetencias, y que los premios son un gran aliciente para que las cosas se hagan. Pero estos elementos motivadores deben estar contemplados en el proceso, con igual oportunidad para ser alcanzados por todos y sin romper las reglas del juego.
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