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ALTEREGUMANCIA

Dr. House y la ironía

Dr. House y la ironía

Siempre me ha costado explicar lo que es la ironía.  Cuando emprendo la explicación me faltan los ejemplos, se me atoran las ideas.  Vaya usted a saber por qué.

Se me mezcla con sus primas pobres, el sarcasmo, cuyo objetivo es la sorna y el insulto; o el doble sentido, de insinuaciones sexuales o corruptas.

 

Tengo claro su proceder: decir algo pero apuntar a otra cosa, y de esa manera, obligar al que te escucha a pensar bien lo que le dijiste, a profundizar, a ver las implicaciones. 

 

La mayor parte de las veces recurro al mismo ejemplo  de Sócrates: cuando un discípulo le preguntó si debía casarse el maestro de la ironía respondió: “Hazlo.  Si consigues una buena mujer serás muy feliz.  Si no, serás un gran filósofo”. 

 

Aunque este ejemplo me parece muy bueno, siempre se me queda en el tintero el hecho de que la vida misma se muestra extremadamente irónica. 

 

Yo lo atribuyo a que a Dios le gusta la ironía.  (Acerca de esto mi esposa se muestra más piadosa, y más directa: le reclama a Dios que se ande con rodeos). 

 

La primera vez que pensé que a Dios le gustaba ironizar me pasó algo curioso: dejé la frase por escrito y me fui a ver la tele.  Justo en ese momento estaban pasando en Film & Arts un documental sobre Chagall.  Sencillamente delicioso, con entrevistas a ese gran artista, y filmaciones de su proceso al pintar.  Estaba fascinado.  Justo después de que se terminara el programa, y lleno de la alegría de haber coincidido con la rara ocasión de disfrutar un programa tan bueno por televisión, decidí dar un paseo en mi auto, que estaba estacionado justo detrás de la puerta de la sala donde estaba el televisor.  Cuando salí me llevé la gran sorpresa.

 

Se habían llevado mi auto.  En estado de shock, en vez de maldecir, me dio risa.  No podía dejar de apreciar la refinada ironía del asunto.

 

El caso es que ayer, en el séptimo capítulo de la cuarta temporada del Dr. House tuve la oportunidad de saborear otra sabrosa ironía, esta vez en la vida de ficción.

 

Un rockero extremadamente autodestructivo llega a la emergencia vomitando sangre y en un estado lamentable, casi moribundo.  La mayoría de los médicos atribuyeron sus síntomas al abuso de las drogas, pero House se negó rotundamente a tal diagnóstico: según él, algo más estaba pasando.  Todos estaban renuentes a devanarse los sesos buscando un diagnóstico a algo que parecía obvio: el tipo se estaba matando con sus excesos.  Ni siquiera los hizo cambiar de actitud el descubrir que el oscuro músico tenía un hobby humanitario: hacía labor voluntaria para divertir a niños que estaban en hospitales por sufrir de enfermedades crónicas o terminales. 

 

Sin embargo, lo que estaba matando al rockero no era su actitud autodestructiva de envenenarse violentamente con las drogas... Se había contagiado de una enfermedad infantil que contrajo precisamente por su actividad altruista en contacto con los niños... ¡Estaba muriendo de rubéola!  

 

¡Bravo por la fina ironía distinguidos guionistas!

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