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ALTEREGUMANCIA

Yo soy el número.

Yo soy el número.

En verdad os digo, a mi las encuestas me dan lomo. 

 

En la lógica quiero decir.  No en el sentimiento.  Confieso que he vivido momentos deliciosos con la gloria de los porcentajes altos de aprobación.  He matado mis peores demonios con baños de masas, con los fieles apiñados en leguas de anchas avenidas.  Ahora me tengo que restringir a espacios calculados para ser llenados con viajes pagados desde y hacia la Capital.  Los seguidores que van por el pan y el circo aplauden menos frenéticos a mis frases cinceladas, casi no se ríen de mi humor legendario, ninguno llora (con excepción de las viejitas desdentadas) por la emoción que provocan las anécdotas sobre los pocos reveses de mi gesta vital, y sólo babean los bebés de ocho semanas de nacidos (y si mi sabiduría no me falla, todos lo hacen a esa edad).

 

Pero no me asustan los rumores que me dan perdedor en el plebiscito.

 

Los plebiscitos los hago frecuentemente, como quien se entrena para un maratón. Mis raíces africanas originarias me aseguran el triunfo a la larga, como un guerrero Zulú, descalzo, cada fibra de mi cuerpo hecha para ser eterna, dejando atrás a los competidores que tarde o temprano desfallecen.  Los plebiscitos son divertidísimos: hay gente que de verdad cree que el mundo va a cambiar y cada vez que participan en el teatro en el que les pregunto su opinión se van con la sensación de que su decisión cuenta, de que tienen el control de lo que pasa en el reino.  Mi reino.

 

Cuando gano obtengo una patente de corzo, y la aprovecho para insultar hasta a mi madre, para vengarme un poco de las rabias que me hacen pasar cada vez que se rebelan contra la Verdad de mis designios. Meto preso a algunos, les quito propiedades a otros, quemo una imprenta, violo.

 

Y cuando pierdo sencillamente hago lo que me da la gana.  Así todos salen ganando.  El pueblo obtiene su victoria (que es solo una acumulación de la derrota final, como la del pobre Pirro) pero como es un mal ganador, se siente culpable de haberme humillado, y mira hacia otro lado cuando yo, en mi infinita sabiduría, hago lo que más le conviene a todos, y ejecuto precisamente lo que ellos suponen que me impidieron hacer.  Justicia universal.

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