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ALTEREGUMANCIA

El límite como equilibrio.

El límite como equilibrio.

Soy de los que cree en la búsqueda de equilibrio como un objetivo de vida.

 

Este equilibrio no es apatía ni indiferencia, aunque en algunas ocasiones puede que estas quietudes puedan ser útiles, sobre todo para demostrar que no nos interesan las opciones que se nos ofrecen.

 

Pero con mayor frecuencia, la búsqueda del equilibrio implica una acción decidida.  Una acción que compense la inercia natural de los sistemas.  Una acción que contrarreste la tendencia fácil a instalarse en un extremo y dejarse llevar.

 

Las acciones que tienen el equilibrio como meta son complejas.  Exigen prudencia, sabiduría y serenidad para ser pensadas y ejecutadas.  Es mucho más fácil instalarse en un extremo absoluto, en una verdad inapelable, y no tener que pensar tanto.

 

Por ejemplo, Aristóteles planteaba que las decisiones virtuosas deben apuntar a un justo medio, un punto de equilibrio, evitando los extremos, siempre perniciosos.  Así, el valiente no debe dejarse paralizar por el miedo, pero tampoco debe actuar temerariamente, arriesgando inútilmente su vida porque no siente ningún miedo.  El valiente siente miedo, pero lo controla, mide los riesgos, escoge una estrategia para evitar los peligros, y le dice No a los extremos.

 

Otro ejemplo lo tenemos en la fuerza vital que nos impulsa, la cual, como diría Spinoza, se expresa en mayor grado cuando logra encontrar su ritmo único en un equilibrio entre las fuerzas que nos son contrarias y las que nos favorecen.  Para realizarnos, para perfeccionarnos cada vez más, debemos entender las fuerzas que quieren perdurar por sobre nosotros y decirles No.

 

También podemos escuchar a Hegel, que planteaba que la historia avanza cuando se alcanzan equilibrios, que consisten en nuevas propuestas que recuperan lo bueno de las ya establecidas, y cambian lo que en ellas no funcionaba.  Estas nuevas propuestas pasarían a su vez por el mismo proceso de renovación.  A una propuesta que quiere ser eterna, sin cambios que ofrezcan nuevas perspectivas superadoras, hay que decirle que No.

 

El problema es que no podemos confiar siempre en nuestro buen juicio para ejercer este poder de equilibrio.  Sobre todo cuando el asunto concierne a más de uno.  No siempre queremos o podemos ponernos de acuerdo en lo que es justo, en lo que nos conviene.

 

Sólo basta imaginar un partido de fútbol sin árbitro, en el que los equipos tengan que decidir, según su buen juicio, cuando hay falta, o penal, o gol.

 

O quizás a un niño, al que, para no coartarle su libertad, nunca se le marcan límites.  O peor aún, a un adulto, al que se le dice que solo su deseo marca el límite.

 

De ahí que hayamos optado, desde hace mucho tiempo, por promulgar leyes que regulan la convivencia y apuntan a un equilibrio.

 

La misma naturaleza lo hace.  Ya lo decía mucho tiempo atrás Heráclito: la realidad está dada por una lucha de contrarios en un ciclo interminable, que alternan obligatoriamente, y nunca predominan totalmente el uno sobre el otro.  Es la ley del día y la noche, de las estaciones, de lo que sube y vuelve a bajar.

 

Es por eso que, aunque la política no nos interese, y sintamos que no tiene nada que ver con nuestras vidas cotidianas, debemos asegurarnos de que eso continúe así, amortiguando el crecimiento exponencial del poder que lo invade todo si no tiene un límite bien establecido.  Para eso debemos decirle No a la posibilidad de que un bando se eternice, darle un límite de tiempo a su influencia sobre nuestro entorno, obligarlo a cambiar de dirección cada cierto tiempo.

 

Es por eso que, aunque los políticos nos parezcan todos iguales, debemos decirle No a su deseo, por demás natural, de querer evitar que otros tomen su lugar en el poder.  Sólo el saber que su mandato tiene un límite podrá obligarlos a mejorar, a no sobrepasarse, a no abusar.

 

Es por eso que, aunque no nos guste ninguno de los bandos en pugna, debemos decirle No a las pretensiones de hacer más difícil la alternancia que exige toda democracia.  Sólo el saber que tendrán que dejar el poder a otros los obliga a concertar, a buscar soluciones que convengan a todos, a pensar proyectos que convenzan, y por tanto que puedan perdurar en el tiempo, esté quien esté en el poder.

 

Es por eso que, aunque nos guste lo que hace el bando que tiene el poder, debemos equilibrar la ventaja que posee y favorecer leyes que lo obliguen a dejar paso a otras voces, a otros planes, a otras expresiones; diciéndole No a sus deseos de romper con los ciclos naturales de alternancia.  Incluso si queremos que este relevo venga de las mismas filas del equipo que preferimos, sólo el saber que alguno de ellos tiene oportunidad para llegar al poder los obliga a trabajar mejor, para prepararse y para ganar los méritos necesarios.  Los obliga incluso a exigirle a sus líderes que lo hagan bien, para que tengan más chance de sucederlos en el poder. 

 

La alternabilidad no es un castigo, no es una punición por haberlo hecho mal.  Es una oportunidad para el otro, es una garantía de rendición de cuentas y esfuerzo por hacer las cosas bien desde el principio, sin contar con infinitas oportunidades para lograr lo que uno se propone.  La eternidad y la inmutabilidad son sobrenaturales. La alternancia cíclica es lo propio de lo vivo y por eso tiene leyes inquebrantables.

 

Es por eso que debemos decirle No a la muerte de la democracia.

 

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