República Bolivariana de Venezuela es temporal.

A Vanessa Davies, con respeto inesperado y seguramente inmerecido.
Cónsono con el estilo general del entorno oficialista, Vanessa es prepotente, antipática, agresiva y autoritaria. Pero todavía conserva la capacidad de hacer preguntas interesantes, reflejo de periodista que podría, tarde o temprano, causarle los mismos problemas que a Vladimir Villegas.
Recientemente le escuché inquirir a un personero del gobierno lo siguiente: “Hay gente que no acepta que la educación sea bolivariana, bien porque no le gustan las ideas de Bolívar o porque les parecen anticuadas, o por cualquier otra razón… ¿Qué les respondería usted a estas personas?” Buena pregunta. Recoge, como debe hacerlo un buen periodista, las inquietudes de la calle. Yo sólo escuchaba el programa, y por eso no sé si el entrevistado puso cara de ponchado en el noveno, con tres en base y perdiendo por dos carreras, o más bien de sobrado y satisfecho cuando respondió: “Eso es como cuestionar que el nombre de nuestro país sea República Bolivariana de Venezuela”.
¡Carajo! Eso mismo es… No hace falta decir más.
República Bolivariana de Venezuela. Uno se pregunta por qué demonios a nuestro país le tocó llamarse así. Me recuerda los extraños nombres compuestos que están tan de moda: Ernifer, Yamirena o Carliguño. Y por otra parte es asombroso que sólo se nos haya ocurrido a nosotros, ocurrentes pobladores de la Pequeña Venecia (¿Será que tener un nombre derivado nos marcó para siempre?) ¿Por qué no existe también una República Bonapartiana, o Washingtoniana? Al fin y al cabo, esos señores también tienen su estatura y su porte para lo histórico, por más retacos o desdentados que fueran.
Pero el asunto es que, ni mucho menos, a ningún tipo de educación se le llama Cesariana o Cromweliana. Ni siquiera se le pone el nombre de los grandes pensadores de la educación. Uno puede conseguir instituciones que honran sus nombres, estilo “Colegio Montessori” o “Liceo Simón Rodríguez”, pero a nadie se le ha ocurrido bautizar todo un sistema educativo como roussoniano o freiriano, por mucho que sus ideas contribuyeron enormemente con el debate educativo. A nadie se le ocurre tamaña estupidez sencillamente porque, precisamente, lo que hicieron esos grandes hombres fue un aporte para la pedagogía, es decir, la reflexión acerca de lo educativo, sin pretender totalizar, sin quererse exclusivos, perennes o definitivos.
Claro, para entender las sandeces de los que nos gobiernan, hay que juntar las piezas. Navarro, nuestro flamante ministro de Educación lo dijo muy claro: al final del proceso educativo tenemos que lograr obtener muchos Huguitos Chavecitos a partir del maleable material infantil que entra todo amorfo y capitalista en las escuelas.
Así lograremos, con un cambio mínimo, que el nombre de nuestro país, por ahora poco inclusivo, se transforme en un universal: República Chaveciana de Hugosuela.
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