No sabemos si es ético... Pero es legal.

Esta frase no es de Homero Simpson, aunque parezca. La pronunció sin ánimos de pontificar un querido amigo de cuyo nombre no quiero alardear, no sea que él no quiera asumir esa paternidad.
Aunque mi amigo debería hacerlo con orgullo, porque creo que representa con gran exactitud el gran dilema de nuestra era.
Hagamos un poco de historia de la loca carrera de la humanidad en la vía moderna. Descartes -a quién sí le endilgaron sin consultarle la paternidad de la modernidad- construye esa maravilla que es el cogito: el pensamiento como justificación de mi existencia, y a partir de ahí, de la posibilidad de apoderarme del mundo. Pero cuando de moral se trata este magnífico pensador nos recomienda seguir los usos y costumbres de nuestro aquí y ahora. Para el bien y el mal, tan poco útiles en términos modernos (lo que queremos es curar enfermedades, trabajar menos y ser inmortales), no cabe el yo pienso, y por tanto no llegó a existir la Ética. Lo mejor era portarse bien tal como lo recomendaba la época, y ya.
Después de esa partida en falso la carrera continuó sin un participante, y no se la invalidó, no se volvió a comenzar. La Ética se quedó en la meta, y los demás corredores se la conseguían después de cada vuelta, saludándola al pasar o pateándola si estaba atravesada.
Hobbes por ejemplo, tremendamente pesimista, o un optimista muy bien informado, decía que éramos lobos dispuestos a despedazarnos los unos a los otros, y por ello debían asustarnos con un monstruo terrorífico llamado Leviathan, que no era otro que el Estado. La única manera de que nos portáramos bien es que tuviéramos miedo a que nos mataran “legalmente”.
Esta concepción ha sido la más exitosa, y casi todos la seguirán a pie juntillas. Tal como Hobbes lo hizo, intentarán dulcificarla planteando la necesidad de un acuerdo, un contrato tácito en el que prometiéramos, desde el momento de nuestro nacimiento, portarnos bien, renunciar a nuestra violencia y cederle todo ese poder al Estado.
Más adelante, Kant, alemán “reconfortante” como el que más, planteará que esa capacidad de hacer acuerdos, de crear Contratos llenitos de leyes, es algo que está alojado en nuestra razón. Pensando con atención cada uno de nosotros pueden encontrar en su razón la acción que se corresponde con el “deber ser”, lo que todos deberíamos hacer. Y así, después de mucho tiempo, le dijo a la Ética, que estaba anquilosada de tanto esperar, “ven, corre con nosotros”. Pero ya era tarde. La pobre estaba coja y nadie la daba ganadora. Andaba en muletas: la Ley y el Orden. Para que nos portáramos bien tenía que estar muy claro en la Ley cual era el “deber ser”, y tenía que haber un garrote siempre vigilante y dispuesto a llevarnos al carril que nos corresponde.
Tendríamos que hablar aquí de una excepción: Benito Spinoza. Su obra es una ontología de la ética, es decir, para él la ética está presupuesta en la sustancia misma de la realidad. No hay que hacerla sino conocerla, por lo que es un asunto de educarse. Spinoza no nos dice por qué esto es así, pero sí nos explica que lo ético, el bien y el mal son una relación en la que estamos inmersos, y que nos determina. No podemos dejarla atrás para correr más rápido, tenemos que contar con ella o hacernos cargo de ella. Pero nadie le hizo caso al bueno de Benito, porque les pareció que era peligroso que él quisiera dar poder a la multitud y quitárselo al Rey, y lo persiguieron y lo tildaron de satánico porque su Dios no se correspondía con el usual. Así que no cuenta para este cuento.
La que triunfó en la carrera fue la Técnica (que trae consigo lo útil de lo que hablábamos arriba). Mientras Ley y Orden estuvieran bien, siempre estaríamos progresando, el mundo estaría cada vez mejor.
Esto es verdad en muchos aspectos: en la modernidad se vive mejor y más tiempo, somos más, comemos más, tenemos más comodidades, más cantidad de personas disfrutan de lo que antes eran privilegios exclusivos de algunos pocos. A raíz de esto hemos puesto al planeta entero en riesgos inmensos (nucleares y ambientales) que estamos tratando de enfrentar con mayor o menor éxito.
Pero en donde la cosa no pinta nada bien es en el ámbito de la Ética. En la loca carrera de lo humano la pobre sigue llegando después de la ambulancia, saltando en sus muletas, cojeando o simplemente arrastrándose. Y así vemos los efectos: los niños violan y matan, todo el mundo roba, nadie quiere hacer su trabajo ni asumir responsabilidades, y el único pensamiento válido es el flojo de los escépticos y los relativistas, que no creen en la posibilidad de que exista verdad; o el brutísimo de los fanáticos y los fundamentalistas, que son capaces de las peores cobardías para hacer que desaparezcan todos los que no han entendido que existe una sola verdad.
Cuando se trata del delicado asunto de la moral nadie quiere pensar, nadie quiere reflexionar, nadie quiere crear con el pensamiento, nadie quiere resistir a la inercia de lo que ya está dicho y hecho. Todos queremos que nos los den hecho, que otro se encargue, que esté escrito y se siga al pie de la letra (aunque ya nadie quiera leer).
Y me dirá usted: ¿Pero cuál es el problema con que le dejemos todo el trabajo a la ley? En una próxima entrega hablaremos de eso.
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