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ALTEREGUMANCIA

Otredad, diferencia y otras paparruchas.

Otredad, diferencia y otras paparruchas.

Está de moda.  Todo el mundo quiere ser “incluyente”, “holístico”, “integrador”, “trans-lo-que-sea”.  Todo el mundo se arrebata por mostrar que comprende a su vecino, que es empático, que respeta las creencias ajenas, que es solidario, que capta los matices de la vida, que escucha.  Puro cuento.

Sobre todo porque los “adoradores de la diferencia” rechazan a los que son diferentes a ellos: aquellos que creen que también existen ­—y son valiosos­­­— algunos elementos en común entre los humanos, entre las realidades, entre las ideas. Y que debemos luchar por estos valores.

Es una de esas modas que me provocan urticaria, y creo que esto me ocurre por cinco razones fundamentales:

1. No la entiendo: ¿Cómo pueden negar que los seres humanos tenemos algo en común? Fundamentalmente tenemos un punto de encuentro en el lenguaje.  El lenguaje nos une e implica necesariamente que hay un terreno común en el que logramos estar juntos.  Es verdad que hay muchas cosas que también nos separan, que hay perspectivas, creencias, prejuicios, contextos, culturas, valores: una innumerable gama de matices acerca de cómo nos relacionamos con el mundo.  Obvio.  Es así.  Eso hace la cosa al mismo tiempo difícil y fascinante, complicada e interesante. 

Pero el caso es que no nos daríamos cuenta de la multiplicidad si no existiera unidad y viceversa.  Negar cualquiera de las dos no sólo me parece tonto sino incomprensible. La discusión deriva siempre en una denuncia, o en un acto reivindicativo contra los pensamientos “imperialistas” y “colonizadores” (lo que me suena a bla-bla izquierdoso y resentido), de unos tiranos falogocéntricos, o de los miembros de una Gran Conspiración que quiere que todo sea Lo Mismo. 

2. Es una pedantería: los que siguen esta moda parecen no saber que el problema de la unidad y la diferencia fue planteado por Heráclito hace ya más de 2500 años, y que no ha dejado de ser discutido desde entonces.  Unos abogan por la mismidad, otros por la diferencia, otros por complicadas combinaciones entre las dos.  Lo extraño es que no parecieran darse cuenta de que la realidad es así: hay cosas comunes y compartidas, hay cosas únicas y diferentes, y todo está hecho de la misma manera.  No hay nada que hacer.  Si preferimos una cosa o la otra, eso es problema de cada quien.  Pero tendremos que lidiar con “lo otro” si preferimos “lo mismo”, y con “lo mismo” si preferimos “lo otro”. El problema es que los “Otredosos” están de moda, y miran al resto desde su torre de marfil,  con piedad y conmiseración.

3. Es peligroso: creer que lo único que importa es la diferencia es, en sus últimas consecuencias, luchar por el aislamiento, o cuando menos por un aislamiento compasivo. 

Si no hay cosas en común, no tiene sentido la educación, ni el gobierno, ni el arte, ni nada de lo que el ser humano haga para el ser humano.  Los enemigos de la maligna “Mismidad” piensan que yo no tengo nada en común con Mozart, porque un alemán no tiene nada que ver con un venezolano, porque es infinitamente diferente a mí (Levinas), porque su contexto y su cultura son incomprensibles e inconmensurables con la mía. Entonces, cuando trato de hacer que mis estudiantes aprecien el jazz o las obras de Picasso los estoy violentando, los estoy agrediendo a golpes de “mismidad”.  Es “fascista” mi pretensión de que la genialidad de Gabriel García Márquez estriba en captar aquello que es “común” en la humanidad, utilizando para ello una voz “diferente”, que encanta y seduce de igual forma a un colombiano o a un finlandés.  Es elitista que yo crea que hay seres humanos que lograron escuchar la fibra esencial del ser humano y la expresaron desde una forma rica en matices, desde una intensidad no expresada, desde un tono novedoso, porque, según ellos, exactamente lo mismo hacen los latinoamericanos Wisin y Yandel, que serían unos “otros” menos diferentes, y que estarían más cerca de mí con su vulgaridad, su mecánica repetición de superficialidades, sus valores empobrecidos, su corporalidad reducida al movimiento de las caderas y la exposición de los genitales.  (Es criminal mi pretensión de que las vuvuzelas acaban con una parte hermosa, y común del fútbol como evento colectivo: los cánticos, las exclamaciones, los abucheos, las aclamaciones.  Las vuvuzelas, en  toda su maravillosa diferencia, aíslan, impiden la comunicación, atormentan).

Pero en última instancia, la dictadura de la diferencia puede conducir a una irresponsabilidad criminal: dejar todo  como está, no luchar por buscar objetivos comunes, no cambiar nada porque no sabemos qué pueda ser mejor, no enseñar nada porque es imposible saber lo que cada quien necesita, no buscar órdenes o jerarquías porque implicarían dejar de lado o privilegiar, no tratar de aprender del otro porque él es su diferencia y yo soy la mía, sin nada que nos una, no hacer nada por el otro porque en última instancia nada que le pase a él me puede pasar a mí, que soy diferente.

4. Ensucia el ombligo: Los adoradores de lo Otro tienen como objetivo principal alejarse de “la Mismidad” y buscar la diferencia, que es la verdad única.  No explican por qué terminan hablando de esa verdad con los mismos conceptos, el mismo lenguaje, la misma lógica, la misma gramática y en los mismos espacios en los que habla la Tradición, que a fin de cuentas, lo que busca conservar es lo que comúnmente es valorado.  Pero lo hacen, y se aplauden a sí mismos, y se congratulan.  Y no logran sacarse el dedo del ombligo para darle la mano al “Otro”.    

Resultaría gracioso (si no fuera tan dañino, como dice Serrat) que la significación que se “pierde” en toda nuestra negociación con la realidad, por medio del lenguaje, también es algo común.  Todos la experimentamos, y eso no nos frena de seguir intentándolo, y más bien en ello radica lo que tiene de hermoso el arte, las relaciones humanas, la educación, la ética y la política: la confianza en que podremos entendernos, tocarnos, llegarnos, ubicarnos, explorarnos.  La convicción de que hay algo más allá de mi ombliguito, y de que ese algo no es “absolutamente otro”.

5. Es contradictoria: los cultores de la otredad adoran la diferencia pero odian a los que son diferentes a ellos: a los que consideran que también hay mismidad.  Es decir, una diferencia inaceptable es que alguien crea que hay algo igual.  Los “Otredosos” dicen que no tienen nada que aprender de “otros” filósofos y escritores, pero quieren que lean sus textos, porque ahí si está la verdad acerca del mundo.  Odian la Modernidad porque consideran que su proyecto fundamental es reducir “todo a lo mismo”—opinión que es un estúpido reduccionismo en sí—, pero también se sienten ajenos a la posmodernidad porque ella denuncia los simulacros en los que ellos también juegan a ser serios. Piensan que la universidad es el reino de la mismidad, de la imposición del currículo de “lo mismo”, pero “trabajan” (entre comillas, porque eso de cumplir horarios, organizarse o planificar es de los sometidos al tiempo mecánico e igualador de la modernidad) y ganan sus sueldos de la Academia.  Les parece ridícula la mismidad  del método científico, pero sus investigaciones están todas enmarcadas en una serie de ritos iniciáticos, pasos rígidos, extremadamente puristas e inflexibles, que garantizan alcanzar la verdadera verdad misma.  Dicen estar abiertos al mundo pero lo miran altaneramente y con cierto desprecio por no haber captado la grandeza de su mensaje.  Aunque ahora todos hablan de “diferencia” cada secta cree que sólo ellos saben exactamente lo que es la diferencia, y los “otros” están equivocados y contaminados con “la mismidad”.

Habría que decir, tal como lo plantea Zizek, que los humanos vivimos como en una película The Matrix pero inversa. 

En la película, los personajes viven en una realidad virtual, sospechando continuamente que existe una realidad real.  Pero nosotros vivimos  en la realidad real, sospechando continuamente que estamos engañados por una realidad virtual.  Precisamente, para los cultores de la diferencia como verdad absoluta, la realidad virtual que nos engaña, que proviene de un Otro poderoso y engañador, sería la existencia de lo común. 

¿Y si nos dejáramos de paparruchas y tratáramos de educarnos para entender, apreciar y disfrutar lo común y lo diferente?

¿Y si lucháramos para garantizar políticamente lo mismo y la diferencia, lo público y lo privado, lo propio y lo común?

 

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