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ALTEREGUMANCIA

Castigo brutal: Redactar un Código de Ética.

Castigo brutal: Redactar un Código de Ética.

El CIDH (Corte Interamericana de los Derechos Humanos) acaba de condenar a mi Estado por el despido (dizque) injustificado de cinco jueces del Tribunal Supremo de Justicia.

 

Dejemos de lado que la condena es obviamente injusta.  En este país estamos acostumbrados a despedir a la gente sin mayores miramientos, campechanamente: con que yo les grite: “te me vas de aquí” o  “ponchaooooo” basta para que la gente entienda que no es bien vista por estos reinos.  Hasta por televisión he despedido indeseables y nadie viene con lloraderas.  Pero resulta que estos señores, muy finos, muy de la “high”, consideran que su despido les “cercena el derecho a la justicia” porque fue producto de una decisión parcializada y por motivos ideológicos… Dime tú con qué se come eso.  Es muy sencillo, cuando no nos gusta alguien en el equipo, lo botamos.  Botado es botado y su apellido es desempleado.

 

Lo más increíble es el castigo.  Completamente fuera de lugar, una componenda para la exageración y una conspiración para el abuso.  Y además de todo esto, es un castigo fuera de toda proporción, es injusto en sí mismo, y lo que es peor, comete el mismo delito que pretende castigar: es discriminador.  Permítanme ustedes que les explique.

 

La primera parte del castigo ya es como para llorar.  Obliga a mi Estado a devolverles sus empleos, con la misma categoría y el mismo sueldo, y además a pagarles una indemnización.  Es pues, como decirles que tenían razón, que el haber ido a acusar a su país en una instancia internacional está muy bien, y que ¡bravo! por ser tan quejones y tan hijitos de mamá.

 

Rematan esta primera parte exigiendo que se les pida disculpas públicamente… No, es que no hay derecho, es que ni que los jueces esos fueran de la realeza, cada quien en su lugar y lo que es del Cesar también es mío: ¿Ustedes creen que los reyes piden disculpas?

 

Pero lo peor viene después: la sorna, el escarnio, la burlita disimulada.  Además de lo anterior, el CIDH se regodea en el odio más hediondo y entonces exige la redacción de un Código de Ética del Juez.  ¡Santa María, cuanta hipocresía!

 

El TSJ no va a saber hacer un Código de Ética, y esa es la muestra más clara del retorcido sentido de la justicia que tienen en el CIDH:  Condenarnos a hacer algo que nos resulte imposible, para que siempre parezca que no queremos cumplir nuestro castigo, que somos unos forajidos de la ley. 

 

Por que digamos que nosotros queremos hacer el código.  Queremos indicarles a los jueces unos lineamientos que los guiarían por el camino del buen obrar.  Como primera cosa a nosotros nos gustaría que cada mañana, todo juez, antes de comenzar a legislar, y frente a mi retrato, entone tres veces: “¡Uh, ah, Salomón no se va!”, tal como lo hicieran en la Sesión Inaugural de esta nueva institución revolucionaria que es el TSJ.  Algo básico pues.

 

Pero inmediatamente nos van a reclamar, como ya lo hicieran en aquella ocasión, que no se puede impartir justicia si se está parcializado con el Rey, si no se es independiente como funcionario, si no se demuestra autonomía como institución, y dale que te pego, por ahí se van con las injurias.  ¿Entonces, en qué quedamos?  

 

¿Por qué no redactan ustedes el Código de Ética del Juez? 

 

Han pasado dos semanas desde el veredicto del CIDH y todavía el Tribunal no ha dicho ni pío.

 

Claro, yo los entiendo, están mudos de la indignación.  Pero yo no me voy a quedar en silencio, y se los digo: Señores del CIDH, son unos discriminadores.

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