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ALTEREGUMANCIA

Éticidad

De la Buena Vejez

De la Buena Vejez

Recientemente participé en un foro acerca de la vejez. Aunque en mi ponencia bromeé acerca del hecho de que todos nos negamos un poco más o menos a envejecer, o en todo caso a pensar acerca de la vejez, ya le había dedicado algunas lineas al tema. Existe toda una ética de envejecer, una tradición de reflexiones acerca de las mejores maneras de hacerlo.  Cicerón y Montaigne, por ejemplo, le dedicaron hermosos textos a la cuestión.  En ellos se inspira mi ponencia, que dejo aquí a disposición de quien quiera usarla de abreboca para otras lecturas.

Hombres malos

Hombres malos

Dijo Bertolt Brecht:

 

Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.

Se me ocurre que se puede decir esto otro usando la misma estructura:

Hay hombres que son malos por ignorancia o desidia, y destruyen todo a su alrededor.  Hay hombres que son malos por puro egoísmo, y son terriblemente nocivos.  Hay hombres a los que les gusta ser malos, y hacen muchísimo daño a los demás.   Pero hay los que son malos por que quieren imponer a los demás lo que consideran que es bueno… Esos son los más  peligrosos.

Divagaciones sobre ser papá

Divagaciones sobre ser papá

Para mi hija, por supuesto.

 

Ser papá lleva asociado una afasia: uno se siente impotente al tratar de expresar la maravilla. 

Pero me gusta escribir, y sobre todo me gusta escribir acerca de lo que me gusta.  Por eso algo quisiera yo poner (o más bien sería cacarear) aquí en este mi blog.

Suplico entonces comprensión de todos los que son padres y madres, que saben que toda cosa que uno diga es poca.  Y con la paciencia de los que no lo son, porque nos ven desde lejos, ojerosos y un poco trastornados, y entienden que esto es lo que hay.

En todo caso lo que haré será divagar un poco, anotando algunas de las cosas que me han ocurrido o he sentido o pensado desde que sin permiso, y sin siquiera ser gente,  hago gente.

Una de las primeras afirmaciones que quisiera enfatizar es que el asunto de la paternidad no es como te lo cuentan.  (Y eso que todos tenemos un cuento).     

Sorprendentemente, la mayoría pretende ponerte sobre aviso: ¡Ay lo que te espera!  Noches sin dormir, miedos, malcriadeces, llantos,  preocupaciones, gastos.

Mi esposa y yo, en ese sentido, hemos tenido suerte.  Lo de ser padre y madre se nos ha dado bien, suave, fácil (gracias a Dios, toco madera y escupo tres veces, porsia).  Me atrevería a decir: de fábula.  La hija no da guerra, es valiente, llora poquísimo, duerme toda la noche y hace siestas, espera quietita a que uno termine lo que está haciendo, y te advierte, con exclamaciones claras pero no escandalosas, cuando ya se te pasó la mano con los tiempos libres.

No es fácil, tampoco les voy a mentir.  (Hay gente que también exagera en la otra dirección, contándote que todo es gozo,  felicidad, fiesta y diversión).

Criar un niño es un trabajo hecho bajo presión, por manos inexpertas e inseguras. 

En ese sentido creo que la historia y el consejo más útil me la contó un papá que también es psicoanalista.  Me comentó que todos los libros acerca de la paternidad te dicen la increíble experiencia que es, lo bien que te vas a sentir, lo grande que es ser papá.  Ninguno te dice que también es difícil.  Ninguno te advierte que algún día te puedes sentir tan desesperado que te provocaría tirar al muchacho por la ventana.  Y entonces concluyó:  "Lo anormal es que realmente llegues a tirarlo. Pero que te den ganas de hacerlo es normal". 

Por cierto, los franceses tienen un dicho: no se debe tirar al bebé junto con el agua con que lo bañaste.  Tiene que ver con olvidarse de lo esencial.  O cuando echamos a perder lo que está bien tratando de salir de lo malo.

Digamos pues que, a pesar de que no es fácil, y que uno podría desesperarse por momentos,  si uno se lamenta demasiado, si no le dedica tiempo suficiente, si no le pone voluntad y buen humor, si no adopta una actitud serenísima, entonces se pierde de la maravilla.

Y es que la maravilla está en una serie de detalles.

A mí por ejemplo, cuando la tengo entre brazos, me encanta percibir su mirada al mundo, de abajo hacia arriba, con la boquita entreabierta, con esa fascinación ingenua del que lo ve todo nuevecito.

La extraño inmediatamente después de que se va a dormir, exhausta, echando los bracitos hacia atrás, en actitud de "cuelgo los guantes".  Me provoca meterme en la cuna con ella.

Al escuchar las canciones en la radio,  asocio las letras con mi hija…  "Eres lo que más quiero", "Ne me quitte pas", "I put a spell on you",  tienen ahora otro sentido.

Ahora veo distinto a los niños.  Pasaron de ser una parte normal del entorno a una poderosa conexión automática.  "Todos los niños son tus hijos", dicen con toda razón.  Te fascinan los pasitos torpes de aquel que va allá.  No quieres que tu hija haga pataletas como el que ves en el supermercado.  Te ríes con las palabras que escoge aquel que ya habla.  Lloras de inmediato con todos los que sufren.

Uno renuncia a aquel inmenso placer de dormir sin la más mínima queja.  Diría que es casi un placer levantarse 100 veces por la noche para revisarlos cuando gimen o tosen, para alimentar o cambiar pañales.  Me imagino, más adelante, levantándome heroico, para  ahuyentar sus pesadillas.

Para terminar, tengo que decir que me embarga un  sentimiento muy raro acerca de mi responsabilidad como padre.  Mi hija se porta tan bien que me parece que ella me estuviera cuidando a mí y a mi  esposa.  O en todo caso, que fuéramos compañeros de vida y estuviéramos cuidándonos entre todos.  Me gustaría que siempre fuera así.

Sin embargo estoy ahora más consciente que nunca de mis torpezas, de mis olvidos, de mis distracciones… Me siento como un accidente en ciernes, pero me enorgullece el esfuerzo inmenso que tengo que hacer para cuidarla.  Creo que mi alerta de ser un peligro de alguna manera la protege.

Todo el mundo busca parecidos en el físico de los niños. Pertenencias:  los ojos son como los del abuelo, la nariz del papá, la boca de la mamá, los pies de la abuela… Queremos estar presentes, influenciar, formar parte de las nuevas generaciones.  Es un deseo válido, por supuesto, muchas veces necesario.  Es la carrera de relevos, el paso del testigo.

Sin embargo, yo espero sobre todo  que logre parecerse a sí misma.  Quisiera que pudiera tomar sus propias decisiones.  Que tuviera libertad y prudencia para escoger su carrera, su pareja, su religión, su territorio, su misión. 

Sé que vamos a tratar de influir.  No creo que sea malo tratar de influir.  Pero espero que,  siempre que podamos,  tengamos la sabiduría de ofrecerle opciones y dejarla escoger.

 

Estamos aprendiendo…

 

Hitler como cliché

Hitler como cliché

No es que el tipo no haya sido monumentalmente malo. 

Lo fue.

Pero no estaba solo.  La humanidad vivió y permitió las tropelías de por lo menos tres más como él, a un mismo tiempo.  Tipos que hicieron lo que les dio la gana, y mataron a todo el que se les puso en medio.  Hitler, Stalin, Mao, en cálculos conservadores, mataron a 10 millones de personas cada uno. 

Tardamos bastante en tratar de impedirlo, y eso nos pesará por siempre en la conciencia.  Y la educación debe hacer énfasis en esa responsabilidad, en la necesaria atención para que no se repita.

Pero mencionar a Hitler cada vez que uno quiere hablar de "lo más malo" o "lo indudablemente malo", tiene un lado digamos que anti-pedagógico:

Es fácil decir: ¡Bueno, yo no me parezco en nada a Hitler!

Y ya está.

Es por esto que cuando se quiere trabajar, pensar y discutir ética se debería evitar esa trampa.

Uno debería insistir en lo que señalaba Enrique Urbizu (Director de la estupenda película La vida mancha [2003] y la más reciente No habrá paz para los malvados [2010], que aún no he visto):  "A veces causa mayor desgracia el trabajo mal hecho, o la desidia, o la prepotencia en las labores cotidianas: puede ser tan dañino como una mente criminal desatada".

Puede ser exagerado, pero yo creo que es mejor ejemplo de maldad un maestro que no asiste a clases, que pide reposos injustificados, que no estudia ni prepara sus temas o que demuestra displicencia hacia su trabajo.

Debemos insistir en eso.

Un ancianato no es una pecera.

Un ancianato no es una pecera.

Claro, lo ideal sería que las nuevas generaciones se ocuparan de sus ancianos.  Uno siempre está mejor en su casa, con los suyos y con lo suyo.

Pero debo reconocer que esto no siempre es posible.  El ritmo frenético al que te obliga la supervivencia, y las enfermedades y debilidades propias de la vejez exigen cuidados que muchas veces no estamos en capacidad de suministrar.  Reconocerlo es triste y el remordimiento que nos aflige cuando tenemos que decidir dejar a nuestros viejos en una “casa de retiro” debe ser escuchado con atención, tomando esta decisión sólo al haber agotado todas las demás posibilidades.  Tenemos que tener cuidado de no “inhabilitar” autoritariamente al pariente anciano, con la excusa de que “se puede hacer daño” si está sólo.  Muchas veces este razonamiento esconde un sentimiento de culpa por dejarlos mucho tiempo solos, y la manera de resolverlo es organizando mejor la vida diaria para estar con ellos.  Sin excusas chimbas.

Pero como ya dije, a veces no hay de otra, y el ancianato es la única solución viable.  Acabo de visitar uno esta semana, y traté de pensar cómo me sentiría yo viviendo ahí, para revisar esta institución con ojo crítico. A pesar de que el sitio era limpio y ordenado,  y parecía haber personal suficiente, bien preparado y con paciencia, una cierta tristeza flotaba en el ambiente, y por eso trataré de precisar sus contornos.

Un ancianato no puede ser una pecera, fue lo primero que se me ocurrió.  No puede ser un sitio en el que encerramos a un ser vivo para verlo de vez en cuando, tan sólo preocupándonos por mantener el agua limpia y darles de comer, y poniéndole unos perolitos que imiten la vida cotidana: un televisor, un sofá y un baño (un castillito y un alga en las peceras).  Luego sólo queda esperar que el pececito/viejito dure lo que tenga que durar, pero que no dé mucha guerra.

¿Qué le cambiaría al ancianato? Pues lo personalizaría. Cada uno de nosotros tiene sus aficiones, y necesita que se las satisfagan.  Yo necesitaría una biblioteca e internet.   Mi amiga Elba necesitaría que la dejaran cocinar un bienmesabe de vez en cuando.  Mi querida Trini necesitaría un salón para jugar a las cartas o al dominó.  Pipo quisiera un pequeño taller donde reparar cosas.  Merceditas necesitaría un teléfono para conversar con sus amigas.  Carlos un atril, un lienzo y unas pinturas.  Juan Pablo un guitarra eléctrica con su amplificador. Para Alexandra habría que organizar su cumpleaños todas las semanas.

Pero además necesitaríamos cuartos privados, aunque sean reducidos.  Espacios de cada quién, donde tener nuestras pertenecías, nuestras fotos y nuestras manías, y donde podamos hacer el orden y el desorden que nos plazca. Donde podamos llevar a nuestro amorcito para darle besos.  Y dónde haya un televisor para cada uno, porque a unos nos gusta la novela y a otros History Channell, y a otro las películas de la época de catapún, y a otros el Barsa y a otros el Real Madrid.  Y a otros nos gusta tenerlo apagado y vernos reflejados en la pantalla oscura.

Se deben organizar salidas.  Al parque a caminar, a los museos o al cine, para quién así lo desee. Un ancianato no puede ser una cárcel, en dónde el encierro dura hasta que el pariente responsable del encierro se le ocurre que puede llevar a su viejo a pasear. 

Son absurdos los “horarios de visita” porque son símbolo de mayor encierro, y dificultan las relaciones con los familiares, que de por sí ya tienen excusas, reales o imaginarias, para no ir al ancianato.

La vida masificada, el mismo orden para todos, las rutinas anónimas, transforman al ancianato en un campo de concentración donde colocar seres humanos mientras esperamos que se mueran de una buena vez. 

Esto es inaceptable para un preso, imagínense entonces para aquel que lo único que hizo fue envejecer.

No sabemos si es ético... Pero es legal.

No sabemos si es ético... Pero es legal.

Esta frase no es de Homero Simpson, aunque parezca.  La pronunció sin ánimos de pontificar un querido amigo de cuyo nombre no quiero alardear, no sea que él no quiera asumir esa paternidad.

Aunque mi amigo debería hacerlo con orgullo, porque creo que representa con gran exactitud el gran dilema de nuestra era.

Hagamos un poco de historia de la loca carrera de la humanidad en la vía moderna. Descartes -a quién sí le endilgaron sin consultarle la paternidad de la modernidad- construye esa maravilla que es el cogito: el pensamiento como justificación de mi existencia, y a partir de ahí, de la posibilidad de apoderarme del mundo.  Pero cuando de moral se trata este magnífico pensador nos recomienda seguir los usos y costumbres de nuestro aquí y ahora.  Para el bien y el mal, tan poco útiles en términos modernos (lo que queremos es curar enfermedades, trabajar menos y ser inmortales),  no cabe el yo pienso, y por tanto no llegó a existir la Ética.  Lo mejor era portarse bien tal como lo recomendaba la época, y ya.

Después de esa partida en falso la carrera continuó sin un participante, y no se la invalidó, no se volvió a comenzar.  La Ética se quedó en la meta, y los demás corredores se la conseguían después de cada vuelta, saludándola al pasar o pateándola si estaba atravesada.

Hobbes por ejemplo, tremendamente pesimista, o un optimista muy bien informado, decía que éramos lobos dispuestos a despedazarnos los unos a los otros, y por ello debían asustarnos con un monstruo terrorífico llamado Leviathan, que no era otro que el Estado.  La única manera de que nos portáramos bien es que tuviéramos miedo a que nos mataran “legalmente”.

Esta concepción ha sido la más exitosa, y casi todos la seguirán a pie juntillas.  Tal como Hobbes lo hizo, intentarán dulcificarla planteando la necesidad de un acuerdo, un contrato tácito en el que prometiéramos, desde el momento de nuestro nacimiento, portarnos bien, renunciar a nuestra violencia y cederle  todo ese poder al Estado.

Más adelante, Kant, alemán “reconfortante” como el que más, planteará que esa capacidad de hacer acuerdos, de crear Contratos llenitos de leyes, es algo que está alojado en nuestra razón.  Pensando con atención cada uno de nosotros pueden encontrar en su razón la acción que se corresponde con el “deber ser”, lo que todos deberíamos hacer.  Y así, después de mucho tiempo, le dijo a la Ética, que estaba anquilosada de tanto esperar, “ven, corre con nosotros”.  Pero ya era tarde.  La pobre estaba coja y nadie la daba ganadora.  Andaba en muletas: la Ley y el Orden.  Para que nos portáramos bien tenía que estar muy claro en la Ley cual era el “deber ser”, y tenía que haber un garrote siempre vigilante y dispuesto a llevarnos al carril que nos corresponde.

Tendríamos que hablar aquí de una excepción: Benito Spinoza.  Su obra es una ontología de la ética,  es decir, para él la ética está presupuesta en la sustancia misma de la realidad.  No hay que hacerla sino conocerla, por lo que es un asunto de educarse.  Spinoza no nos dice por qué esto es así, pero sí nos explica que lo ético, el bien y el mal son una relación en la que estamos inmersos, y que nos determina.  No podemos dejarla atrás para correr más rápido, tenemos que contar con ella o hacernos cargo de ella.  Pero nadie le hizo caso al bueno de Benito, porque les pareció que era peligroso que él quisiera dar poder a la multitud y quitárselo al Rey, y lo persiguieron y lo tildaron de satánico porque su Dios no se correspondía con el usual.  Así que no cuenta para este cuento.

La que triunfó en la carrera fue la Técnica (que trae consigo lo útil de lo que hablábamos arriba). Mientras Ley y Orden estuvieran bien, siempre estaríamos progresando, el mundo estaría cada vez mejor.

Esto es verdad en muchos aspectos: en la modernidad se vive mejor y más tiempo, somos más, comemos más, tenemos más comodidades, más cantidad de personas disfrutan de lo que antes eran privilegios exclusivos de algunos pocos.  A raíz de esto hemos puesto al planeta entero en riesgos inmensos (nucleares y ambientales) que estamos tratando de enfrentar con mayor o menor éxito.

Pero en donde la cosa no pinta nada bien es en el ámbito de la Ética.  En la loca carrera de lo humano la pobre sigue llegando después de la ambulancia, saltando en sus muletas, cojeando o simplemente arrastrándose.  Y así vemos los efectos: los niños violan y matan, todo el mundo roba, nadie quiere hacer su trabajo ni asumir responsabilidades, y el único pensamiento válido es el flojo de los escépticos y los relativistas, que no creen en la posibilidad de que exista verdad; o el brutísimo de los fanáticos y los fundamentalistas, que son capaces de las peores cobardías para hacer que desaparezcan todos los que no han entendido que existe una sola verdad.

Cuando se trata del delicado asunto de la moral nadie quiere pensar, nadie quiere reflexionar, nadie quiere crear con el pensamiento, nadie quiere resistir a la inercia de lo que ya está dicho y hecho.  Todos queremos que nos los den hecho, que otro se encargue, que esté escrito y se siga al pie de la letra (aunque ya nadie quiera leer).

Y me dirá usted: ¿Pero cuál es el problema con que le dejemos todo el trabajo a la ley?  En una próxima entrega hablaremos de eso.

Dr. House y la ironía

Dr. House y la ironía

Siempre me ha costado explicar lo que es la ironía.  Cuando emprendo la explicación me faltan los ejemplos, se me atoran las ideas.  Vaya usted a saber por qué.

Se me mezcla con sus primas pobres, el sarcasmo, cuyo objetivo es la sorna y el insulto; o el doble sentido, de insinuaciones sexuales o corruptas.

 

Tengo claro su proceder: decir algo pero apuntar a otra cosa, y de esa manera, obligar al que te escucha a pensar bien lo que le dijiste, a profundizar, a ver las implicaciones. 

 

La mayor parte de las veces recurro al mismo ejemplo  de Sócrates: cuando un discípulo le preguntó si debía casarse el maestro de la ironía respondió: “Hazlo.  Si consigues una buena mujer serás muy feliz.  Si no, serás un gran filósofo”. 

 

Aunque este ejemplo me parece muy bueno, siempre se me queda en el tintero el hecho de que la vida misma se muestra extremadamente irónica. 

 

Yo lo atribuyo a que a Dios le gusta la ironía.  (Acerca de esto mi esposa se muestra más piadosa, y más directa: le reclama a Dios que se ande con rodeos). 

 

La primera vez que pensé que a Dios le gustaba ironizar me pasó algo curioso: dejé la frase por escrito y me fui a ver la tele.  Justo en ese momento estaban pasando en Film & Arts un documental sobre Chagall.  Sencillamente delicioso, con entrevistas a ese gran artista, y filmaciones de su proceso al pintar.  Estaba fascinado.  Justo después de que se terminara el programa, y lleno de la alegría de haber coincidido con la rara ocasión de disfrutar un programa tan bueno por televisión, decidí dar un paseo en mi auto, que estaba estacionado justo detrás de la puerta de la sala donde estaba el televisor.  Cuando salí me llevé la gran sorpresa.

 

Se habían llevado mi auto.  En estado de shock, en vez de maldecir, me dio risa.  No podía dejar de apreciar la refinada ironía del asunto.

 

El caso es que ayer, en el séptimo capítulo de la cuarta temporada del Dr. House tuve la oportunidad de saborear otra sabrosa ironía, esta vez en la vida de ficción.

 

Un rockero extremadamente autodestructivo llega a la emergencia vomitando sangre y en un estado lamentable, casi moribundo.  La mayoría de los médicos atribuyeron sus síntomas al abuso de las drogas, pero House se negó rotundamente a tal diagnóstico: según él, algo más estaba pasando.  Todos estaban renuentes a devanarse los sesos buscando un diagnóstico a algo que parecía obvio: el tipo se estaba matando con sus excesos.  Ni siquiera los hizo cambiar de actitud el descubrir que el oscuro músico tenía un hobby humanitario: hacía labor voluntaria para divertir a niños que estaban en hospitales por sufrir de enfermedades crónicas o terminales. 

 

Sin embargo, lo que estaba matando al rockero no era su actitud autodestructiva de envenenarse violentamente con las drogas... Se había contagiado de una enfermedad infantil que contrajo precisamente por su actividad altruista en contacto con los niños... ¡Estaba muriendo de rubéola!  

 

¡Bravo por la fina ironía distinguidos guionistas!

Aquí se habla español (Mala Noche).

Aquí se habla español (Mala Noche).

Esta película de Gus Van Sant, filmada en 1985, relata la historia de Walt Curtis, el joven dueño de una licorería que se enamora de un inmigrante mexicano.

 

Filmada en blanco y negro (salvo algunas secuencias que los personajes captan ellos mismos), la película posee escenas urbanas de gran belleza y una composición fotográfica llena de poesía.  El tema de amor homosexual supone, para el momento en el que fue filmada, una toma de posición osada y transgresora.

 

Hasta aquí llegan sus virtudes.

 

Salvo el papel de Walt, bien elaborado por Tim Streeter (al que no se le ha vuelto a ver en pantallas), las demás actuaciones son francamente malas.  Quizás  podría salvarse uno que otro extra que hizo de borrachito, seguramente porque era un borrachito de verdad. 

 

Pero lo peor no es esto.  Se supone que los dos personajes que hacen de inmigrantes mexicanos ilegales no hablan inglés…

 

¡Pero tampoco hablan español!

 

Que no se me entienda mal.  Si, por ejemplo, Pierce Brosnan, todo inglesito él, en The Matador (2005) dice algunas cosas en español, para hacer una gracia, o para demostrar que habla otros idiomas, pues uno le ríe la gracia y le aplaude el esfuerzo.  Incluso es aceptable el recurso, un poco psicótico, de filmar películas sobre un personaje o un lugar en el que se habla español, enteramente en inglés.  Esto le permitió a Anthony Hopkins interpretar a Picasso (Surviving Picasso, 1996), sin que tuviera que esforzarse en que “hola” le saliera natural. 

 

Pero cuando un actor, que interpreta a un latino que habla solo español, rechaza los avances eróticos del gringo, y en vez de decirle “no me molestes” le grita  ¡“NO MOLESTO”, “NO MOLESTO”! a mí me da ganas de golpearme la cabeza contra el televisor, o clavarme un lápiz en el oído.  No hay derecho.

 

Y lo peor es que esto pasa con bastante frecuencia, tanto en el cine como en la televisión. 

 

¿Cómo se origina tamaña perversidad?

 

¿Será que el sentido estético que tienen algunos sobre la pronunciación de un idioma es el de una hermosa afasia, un dejo de ignorancia fonética y un tris de boca entumecida?

 

¿Será que piensan que somos tan primitivos, o que el español es tan primitivo, que no nos vamos a dar cuenta?

 

Sea lo que sea, a los directores y productores de estos atentados les dejo un mensaje en perfecto castellano: ¡VAYANSE BIEN LARGO AL CARAJO!

 

Y respeten el español, que no se mete con nadie.