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ALTEREGUMANCIA

No todos los viajeros son de fiar

No todos los viajeros son de fiar

Una de las cosas que se aprende durante el viaje es que no te puedes fiar de todo el que te acompaña.

Sin embargo, una amplia tolerancia a la falencia humana se instala al principio y al final del viaje.

Al principio porque estás feliz de compartir esa pena itinerante, porque sólo ves las virtudes de aquellos que tienen el buen tino de juntarse contigo en la aventura, porque estás entusiasmado y nada te afecta.  De noche, sentado alrededor de la fogata, escuchando los borgorigmos del río, hablas de duendes, ries al contar en cuantos calambres se midió la jornada, alabas el vino y no te guardas nada en los bolsillos.

Pero alrededor del fuego también se calientan las decepciones, las traiciones, los pleitos y las magulladuras. 

Poco a poco te das cuenta que tienes una tendencia a esperar que todo el mundo esté cortado con tu mismo patrón, que has querido que a todos les parezca bueno lo que a ti, que todos tomen las decisiones en el mismo sentido que a ti te parecen correctas, que les aproveche lo que a ti te sienta justo.  

Y a partir de ese momento —que puede estar marcado por la aparición de las señales que anuncian el fin de la travesía, lo que te llena de una cierta nostalgia que todo lo perdona— el viaje transcurre agridulce, con la aceptación de la diferencia y el disfrute de los encuentros, o con el disfrute de la diferencia y la aceptación de los encuentros, que no es lo mismo aunque se escriba igual.

Lucky y Platero

Lucky y Platero

En el zoológico de Maracay había una elefante hembra llamada “Lucky”. 

Lucky quiere decir “suertuda” en inglés.  Irónico nombre.  La muy afortunada estaba presa en el zoológico desde el año 53, casi 60 años después de que fuera capturada mientras pastaba en alguna hermosa sabana de Sri Lanka, o de Borneo o de la India, vaya usted a saber, que el tráfico de animales no sabe de cuentas.

Por aquí la queríamos mucho.  Suena hipócrita decir esto, pero es un sentimiento genuino, si consentimos en dejar de lado nuestra responsabilidad en su terrible pasado y la discusión sobre el papel de los zoológicos y los derechos de los animales. 

Lucky era sin dudas la estrella principal del parque, y su recinto daba a la calle, por lo que era admirada no solo por los visitantes, sino por todo aquel que llegara hasta el tramo final de la bellísima avenida Las Delicias.

El contacto diario con su inmensa figura la había hecho parte de nuestros afectos.  Era miembro importante  de ese cariño que llamamos ciudad y que se despliega en símbolos, cosas, lugares, plantas o animales (por ejemplo: la Maestranza, Choroní, Los Araguaneyes de la Sucre, la estatua del gordo que cuelga de un hilo y las montañas del parque Henry Pittier).

Eso no evitó que en su agonía Lucky se topara con lo que todos nos topamos: si no hay plasma en los hospitales mucho menos hay  medicamentos para los animales, y la dieta especial que se solicitó para sacarla de su postración nunca llegó.  El día de su muerte muchos usaron las redes sociales para tratar de conseguir lo que hacía falta.  Me topé por ahí con Adriana mientras transportaba una pesada caja de dextrosa, donada por una clínica privada de la ciudad.  Supongo que iba a ser usada para prepararle un agua-con-azúcar para sacar del desmayo a la pobre paquiderma, pero vistas las proporciones, creo que era como disolver un cubito de azúcar en un tobo de agua.  El caso es que los esfuerzos fueron inútiles.

El tráfico colapsó frente al zoológico y una muchedumbre se aglomeró en las inmediaciones del recinto carcelario.  Algunas personas se arrodillaban estremecidas por el llanto, mientras elevaban el gigantesco despojo con una grúa de la compañía de electricidad nacional, equipo que se utiliza muy poco, como bien saben todos aquellos a los que se les va la luz varias veces por semana.

Hace unos 3 años Lucky se había hecho de un compañero sentimental bastante inusitado.  Compartía su soledad un burrito, que la sobrevive con el literario nombre de Platero.  Verlos juntos era regocijante.  Una parejita de viejitos dispares que andaban juntos sin tener que decirse, pero sin poder separarse, una justicia del universo que compensaba viejos entuertos, una lección de solidaridad entre los que sufren y se ofrecen lo poquito que tienen: el calor de su ser.

Quien sabe que será ahora de Platero, burro triste en un rincón de la jaula. 

(Espero que no termine en una merienda con los tigres).

La apuesta Radonski-Chavez

La apuesta Radonski-Chavez

Para este próximo 7 de octubre, día de las elecciones presidenciales en Venezuela, creo que puede resultar útil recordar la apuesta de Pascal.

Este filósofo, refiriéndose a la crucial decisión de si  uno debe creer o no creer en Dios, planteaba que lo mejor era pensar en una apuesta. 

Si apostamos por no creer y resulta que Dios existe perdemos la apuesta y nos espera una eternidad de condenación, por no haber tenido fe en él.

Si apostamos por creer y resulta que Dios no existe también perdemos la apuesta, pero como después de la muerte no habrá nada, o sólo habrá la Nada, no habrá ninguna consecuencia: no hay cielo, ni condenación. En este caso no importa que perdamos, porque el resultado no nos afecta.

Por lo tanto, creer en Dios es una apuesta menos riesgosa, porque en el peor de los casos, no hay castigo, ni se pierde nada

En el caso de la decisión por quién sería mejor gobernante,  Chávez o Capriles Radonski ocurre algo parecido.

Pensemos el caso del presidente saliente. Ya conocemos su forma de gobernar, por lo que votar por él es apostar a que va a mejorar lo que hasta ahora ha hecho.

Si apostamos por Chávez y perdemos, es decir, empeora su forma de gobernar, las consecuencias pueden ser irreversibles.

Mientras más tiempo se está en el poder mayor es la cantidad de mecanismos, sistemas y estrategias que te permiten sujetarte a él.  Tal como lo dijo Bolívar, el que gobierna se acostumbra a mandar y los gobernados se acostumbran a obedecer.   

Este (como cualquier otro) gobierno, intenta controlar las instituciones del Estado.  Para que se le haga más fácil cumplir con sus objetivos utiliza todos los medios posibles para tener la mayoría en la Asamblea Legislativa, donde se elaboran las leyes, en el Tribunal Supremo, donde se administra la Justicia, y en el Consejo Nacional Electoral, dónde se arbitran los cambios de gobierno.  Este (como cualquier otro) gobierno considera que su proyecto es el mejor, y debe garantizarse, de la manera que sea, que este proyecto predomine por el mayor tiempo posible.

Así, cada año que pasa disminuye la posibilidad de la alternabilidad de ideas, esfuerzos o equipos humanos, y por tanto se consolida una permanencia indefinida de Chávez y su partido en el poder.

Aunque empeore será cada vez más difícil buscar un cambio.

Además, ya pueden verse los signos de un agotamiento de su gestión.  Si bien en algunos aspectos el gobierno ha tenido grandes aciertos (las pensiones del seguro social, por ejemplo), en muchos otros hay severas deficiencias: inseguridad, vialidad, servicios públicos, sectarismo político, corrupción, sueldos, etc.  Las bondades se establecieron desde un principio y las deficiencias han sido progresivas y cada vez más marcadas. 

Pensar que va a mejorar es bastante arriesgado, y lo que hay que perder es muy importante.

Por otro lado, si apostamos por Radonski y perdemos, es decir, Radonski resulta ser un mal gobernante (lo mismo de siempre, el regreso de la cuarta república, etc.) el impacto para el país es mucho menor,  porque quedan todo el resto de las instituciones, mayoritariamente chavistas, para impedir que lleve el país a la perdición.

De ahí que la apuesta menos arriesgada sea la de probar con Capriles-Radonski.

Rousseau y la educación de los discapacitados

Rousseau y la educación de los discapacitados

Juan Jacobo Rousseau era hombre de paradojas, contradicciones y escándalos.

Frecuentemente se menciona su poca sensibilidad hacia los niños, y específicamente se habla de la espartana perspectiva que manifiesta hacia  la discapacidad.  Rousseau consideraba que  si el cuerpo no estaba en perfectas condiciones el ser humano no era útil para la sociedad, y no estaba siquiera en condición de aprovechar cualquier esfuerzo que se hiciera por educarlo, por lo que  era hacerle perder el tiempo a su maestro, y por tanto "duplicar la pérdida para lo sociedad y quitarle dos hombres por uno" (Emilio).

Esta frase de Juan Jacobo  resulta en nuestros días completamente escandalosa, pero quizás lo era bastante menos en su época.  Aunque al ginebrino gustaba de llamar la atención, y como herramienta usaba los desplantes y las frases altisonantes, es posible que esta nos suene más fuerte a nosotros que a sus lectores de antaño.

Hogaño hemos desarrollado otra concepción alrededor de las discapacidades.  Fundamentalmente porque, más allá de que una persona con discapacidad llegue o no a diseñar cohetes, a correr los 100 metros planos o a componer sinfonías, lo que realmente consideramos fundamental es que pueda llevar una vida autónoma.  Que no dependa de otros, y que estos otros no puedan aprovecharse de esa dependencia para "protegerlo" en un encierro aniquilador.  En última instancia que pueda decidir por sí mismo, según su gusto, potencialidad y voluntad lo que quiere hacer con su vida, exactamente como se supone que hacemos todos los demás.

Sin embargo, y dejando de lado lo políticamente correcto, Rousseau tiene razón en un sentido muy especial: sólo se puede educar a aquel que realmente lo va a aprovechar.  De lo contrario, se pierde el tiempo del educador y del que reniega de la educación.

Yo diría pues que se puede aprovechar su reflexión de la siguiente forma: son los discapacitados de la voluntad los únicos que hacen que el educador pierda su tiempo. 

Aquellos que no desean sentarse a estudiar.  Aquellos a los que les da pereza pensar un problema.  Aquellos a los que les parece tediosa la lectura.  Aquellos que creen que investigar es un  despilfarro de esfuerzo.  Aquellos a los que la teoría les parece jerigonza, y la práctica un simulacro banal. Todos los que temen ensuciarse los codos en un escritorio, que se les quemen un poco las pestañas frente a un libro o un computador, o a los que les aburre la repetición incansable que exige toda disciplina, despilfarran el esfuerzo educativo.

Para contribuir a instaurar un círculo vicioso perverso,  en el ámbito de la formación de docente pululan este tipo de inválidos.  Son los estudiantes que piensan que la carrera docente es poco exigente, fácil de cursar y en la que graduarse es tan sólo un trámite.  Estos infelices, después de obtener el título, piensan que el cargo docente tiene la gran ventaja de que sólo es necesario dedicarle unas pocas horas, de vez en cuando, y se obtienen beneficios socio-económicos que aunque hay que redondear, representan un buen "respaldo",  una entrada segura que se alterna con otras actividades más lucrativas, a las que se les dedicará el grueso de la jornada y el esfuerzo laboral.

Estos tullidos de la moral aparecen de vez en cuando por los institutos, cumpliendo una ínfima porción del mínimo de sus deberes,  y para colmo contaminan a sus estudiantes con su indiferencia y su mediocridad, reforzando en ellos la impresión de que educarse es una farsa, para la cual que no hace falta voluntad sino maña.

Creo que no es la menor de las causas de este fenómeno nuestra insistencia en la obligatoriedad de que todo el mundo reciba educación, y que el éxito en la vida solo puede alcanzarse mediante un título universitario.  Desprecio disciplinario por la maravillosa diferencia de los recorridos humanos, que además genera cínicos y resentidos, porque muchas veces el ignorante y el tramposo ganan más que el que tiene un título.  Educarse termina siendo un procedimiento administrativo, un título nobiliario sin garantías, y los docentes unos funcionarios grises, unos fantasmas de la corte.  

Creo que la solución pasa por reconocer que el cuerpo no le pide lo mismo a cada uno, y que ha de haber gente para todo.  El que no le guste estudiar pero ame el pan, que se haga panadero.  Hace infinitamente mas el bien un panadero que ame su oficio que un ingeniero, un médico o un maestro cuya mayor preocupación es hacer dinero con el menor esfuerzo. 

Creo que Rousseau apuntaba, entre otras cosas, hacia allí.

Solo es posible indignarse en libertad

Solo es posible indignarse en libertad

Al fenómeno de los "Indignados", o a la "Primavera Árabe" se le ha venido dando la etiqueta intelectual de "Nuevos Movimientos Sociales". Se concibe a estas manifestaciones como la más reciente forma de protesta ante las derivas del poder. Más particularizada en sus reclamos, múltiple en participación y difusa en sus alcances, pudieran estar cumpliendo la función, u ocupando el vacío dejado por el desgaste de aquellas formas de organización que se encargaban de reclamar a los poderosos la negligencia de sus obligaciones o los abusos en su accionar: sindicatos, partidos políticos y organizaciones no-gubernamentales.

Pero lo que no se debe olvidar (sobre todo aquellos que piensan que estas manifestaciones representan un refrescamiento exclusivo de la lucha anti-capitalista) es que estos movimientos sociales sólo aparecen en sociedades libres.

Son completamente inexistentes en Corea del Norte, y masacradas en Siria, Cuba, Rusia y China.

Aunque en sociedades democráticas siempre se hacen intentos de disolver las protestas, estas intervenciones, que forman parte del tira y encoge típico del poder, tienen que entrar dentro de la legalidad. Podemos tomar como ejemplo las acciones violentas contra los manifestantes ocurridas en Cataluña, las cuales están siendo dirimidas en tribunales, con la presencia de los principales responsables gubernamentales.

Las protestas no son pues (sólo) una reacción contra el malvado capitalismo, idea anacrónica y reduccionista, sino la actividad dinámica de crítica, reclamo y búsqueda de soluciones que es consustancial a las democracias.

¿En qué quedamos…? ¿Somos iguales o no?

¿En qué quedamos…? ¿Somos iguales o no?

Nuestro presidente, el paladín de la justicia social, el desfacedor de entuertos meritocráticos, el vengador de los excluidos, ha insistido en afirmar, por lo menos en dos ocasiones, que él está en un "ranking" que sólo algunos elegidos (por los votos) pueden alcanzar.

Ergo, todos los que no somos presidentes somos caca de perro.

No muy socialista la cosa, digo yo.

Mario Vargas Llosa tuvo el honor de ser el primero en ser despreciado (o por lo menos es la primera ocasión que se ha hecho pública y notoria). El escritor lo había invitado a debatir y Chávez le contestó algo así como: ¡guácatela! ¡Yo no hablo con Premios Nobel! ¡No están a mi nivel!

La segunda vez que le he escuchado decirlo fue a una diputada (cargo que también es de elección), quien se atrevió a discrepar acerca de lo maravilloso de la situación que estamos viviendo en nuestro país. María Corina Machado le pidió (durante una supuesta rendición de cuentas del Presidente-Monarca) que le explicara a las madres venezolanas porqué no consiguen leche, café o aceite en los mercados y que le explicara a Venezuela porqué han fallecido 190.000 ciudadanos por actos criminales desde que él está en el poder. Para terminar le dijo que vulnerar la propiedad de alguien sin mayor justificación y sin pagarle era ilegal, y lo resumió con esta estupenda frase: "Expropiar es robar".

Chávez agarró un arrecherón de antología, no le respondió ninguna de las preguntas, le dijo que ella era menos que un moscardón y que: "Águila no caza moscas".

A mi me parece esto sumamente extraño. Sobre todo dentro de un marco ideológico y moral que postula que todos los seres humanos tienen el mismo valor. Parece fuera de lugar en un gobierno que ha luchado por destruir los sistemas que hacían pesar los méritos acumulados por una persona, sustituyéndolos por concursos de popularidad, lo que muchas veces termina en un intercambio de favores por votos.

También resulta paradójico con respecto a la cháchara sobre lo malo que es el racismo, el clasismo y cualquier otra forma de exclusión.

Resulta más extraño aún si uno se acuerda que en una reunión, el Rey Juan Carlos de España, hasta la corona de escucharlo interrumpir y burlarse de todo dios, le mandó a callar groseramente. Chávez se chupó esa mandarina sin chistar, e incluso luego se rió cuando, un tiempo después, el Rey le regaló una franela en la que aparecía la deliciosa frase "¿Por qué no te callas?"

¿El Rey sí es de su categoría? ¿El Rey, ese señor que sólo es un símbolo diplomático? ¿EL REY QUE NO ES ELEGIDO POR VOTACIÓN Y QUE ES TAN SÓLO EL REMANENTE HISTÓRICO DE ÉPOCAS TERRIBLES EN LAS QUE TODOS MENOS EL REY ERAN CACA DE PERRO?

Yo como que no entiendo ni de socialismos, ni de monarquías.

 

El Hombre sin causa

El Hombre sin causa

Cuando me senté en el vagón del tren que lleva  de Milvania a Ferozi noté que alguien había dejado olvidado su diario en el suelo.  El rojo chillón de sus tapas me hizo pensar en el truco que usan los insectos para que ningún animal se les acerque y trate de comérselos.

A pesar de esa advertencia de peligro lo abrí casi de inmediato, y empecé a ojearlo con una mezcla de curiosidad  y culpa, como aquel monje en el lavabo de las damas.

Rápidamente descubrí que el diarista era soso y daba excesiva importancia a detalles que sólo a él (y quizás ni siquiera a él) importaban.  Se concentraba casi exclusivamente en comentar las pequeñas variaciones en sus rituales de higiene (esencialmente si había tenido tiempo o ganas de utilizar el hilo dental), lo que había comido, los resultados del fútbol y la hora de irse a dormir, a lo que parecía conceder enorme orgullo ("logré acostarme a las ocho.  Voy a poder dormir 10 horas corridas").   

Hastiado, busque directamente las páginas del final para leer lo último que escribió.

  

Querido Diario:

No me he cepillado los dientes hoy.  No he tomado café. He salido a las carreras y casi me deja el tren.

El compartimento que me tocó está del lado de los desfiladeros, y solo espero que el vértigo me entretenga.

Había nevado toda la noche anterior, y en los grandes ventanales del vagón, el espectáculo de la blancura sólo se interrumpe aquí y allá con líneas negras, irregulares pero dispuestas con sentido y gracia.   El cielo de un azul lavado sólo  proporciona un marco temporal,  porque siento en los huesos que vienen tormentas.

Entre estas dos ciudades —la primera en la cima de la montaña, la segunda en el fondo del valle­— debe haber unos 200 kilómetros en zigzag, los cuales transcurren sin bar ni restaurant.  Es indispensable llevar agua, bocadillos y un buen libro. 

Olvidé las tres cosas con el azoro de dejar atrás las murallas del trabajo, para ir al lago a pescar en el hielo, y sumergirme en las piernas de mi mujer durante el fin de semana largo de las fiestas. 

Me di cuenta de mi fatal olvido justo después de colocar el bolso en el sombrerero y me dejé caer en el asiento con desmayo.  Sentí el apretujón de la resequedad en la garganta, la premonición de un vacío en el estómago y la angustia del aburrimiento en el pecho. 

El tren Aluvional siempre viaja bastante vacío y me temí lo peor.  Largas horas imaginando que el tiempo va a pasar rápido.

Cuando el mareo se estaba transformando en letargo alguien entró en mi compartimiento, y sentí la alegría del perdido cuando aparece.  Cuando menos un poco de agua y conversación tendría.

Debo reconocer que mi estilo confianzudo latinoamericano no ha cedido con los años de emigrante, y a los pocos minutos ya estaba preguntándole al recién llegado cosas personales e incluso íntimas, tuteándolo, y contándole chistes subidos de tono, que me parecía que rompían el hielo.  Nuestra conversación se fue asentando y era un toma y daca constante.   Partes de ella  vuelven a mi mente una y otra vez, como si contuvieran un enigma que debo resolver. Otras ya se borraron por completo.  Sobretodo recuerdo con nitidez el final de nuestra plática y voy a tratar de reproducirlo de memoria. Él me decía:

- No es solamente que no tenga un propósito en la vida.  No es eso.  O eso no es lo principal.  Lo que me ocurre es que no me siento conectado con nada.  No siento que venga de nada.  No siento que se hayan dado una serie de eventos para que yo esté aquí y ahora.  No hubo una conjunción de cosas que dieran como resultado mi persona.  No cambia nada si estoy o no estoy y el mundo hubiera sido exactamente igual a como es (y cómo seguirá siendo) si yo no hubiera venido al mundo.

- No digas eso… ¿Tu estás consciente, para darte sólo un ejemplo, de la delicada red de casualidades y coincidencias que llevaron a tus padres a juntarse?  Un retraso, un asiento compartido, el cruce de dos miradas entre un trillón de pares de ojos, una motivación común que los llevó a compartir un cierto espacio entre los muchos posibles…

- Mire la verdad no lo sé, respondió mi compañero de vagón, que aunque generoso con sus vituallas (la mitad de su emparedado de camarones, algunas fresas  y un paraguayo bien jugoso) nunca llegó a tutearme.  Puede que yo sea el resultado de un olvido, una violación o una borrachera.  No sé si le parecen causas fuertes.  Me crié en la inclusa.  Aparecí en los cubos de la basura que estaban justo al lado de la puerta del orfanato, y los del aseo tuvieron la bondad de acercarme hasta allá.  Quienes quiera que fueran mis padres no tuvieron ni siquiera el deseo de empujarme dos metros más allá para que alguien me cuidara.

- ¿Y crees que eso no te cambió?  Yo creo que el que te hayan abandonado (no sabemos si adrede o no) tiene que haber cambiado muchas cosas en tu vida.

- Eso es hacerle trampas a mi argumento.  La ausencia de causa no es una causa.  Que nadie me haya ayudado a encontrarle sentido a mi vida, que yo no sepa cuál es mi herencia, mi historia, mi arraigo no pueden ser considerados positivamente, como un vacío que sin embargo deja huella.  No me puede usted decir que el que nadie haya establecido conmigo relaciones profundas ha dejado una profunda marca. No me parece lógico, ni justo.

- Siento mucho lo que viviste, le dije apenado…. Y segundos después volví a perder las reservas necesarias.  Pero estoy seguro de que tienes una misión.  Esa es la razón por la que estás aquí.  Algo… quizás un gesto pequeñísimo que tienes que hacer, que tiene una importancia fundamental.  Por eso naciste, por eso no has muerto.  Son cosas que sólo sabe Dios. 

- Desde pequeño he sufrido paperas, sarampión, varicela, diarreas constantes, hemorroides y jaquecas, entre las dolencias que vienen y se van.  Y entre las que se quedan más tiempo he tenido asma, epilepsia y una forma virulenta de acné.  Ah, y me duelen los dientes todo el tiempo.  No han terminado de arreglarme una caries cuando ya ha aparecido otra en otra muela.  He sufrido tres accidentes de tránsito graves, y me han operado otras tantas veces para extraer cosas extrañas que crecen en mi cuerpo sin ton ni son.  Ya no sé si más bien estoy en un experimento de laboratorio. Parece como si ese "algo" del que usted habla quisiera más bien sacarme del camino, y no ha podido.  No se me hace que quiera encomendarme algo. 

- Bueno… Ahí tienes tu causa.  A lo mejor sirves para probar la resistencia y la fe, como Job. 

- No sé… A mí más bien me da la impresión de que soy aleatorio. Soy algo que cayó accidentalmente en el cultivo de mi lista de enfermedades,  y que ni siquiera se nota cuando está enfermo, porque no es lo que están buscando en el experimento.  Como una pulga que cayera en medio de un experimento de ratones.  Estaría allí, en el fondo de la jaula, enferma, sí, pero sin ningún propósito, y sería descartada luego, porque ensucia.  Soy quizás, y perdóname la crudeza, un excremento de esa pulga.

Mi compañero de viaje me contaba todo esto sin mostrar tristeza.  Su rostro parecía tranquilo, y sólo miraba de vez en cuando por la ventanilla, como si descifrara los haikus del paisaje.  Desenrollaba una bufanda violeta que llevaba en el cuello y la dejaba caer distraídamente al suelo, como una chica que suelta su pañuelo para llamar la atención de su chico.  Luego la recogía sin bajar la vista y sin dejar de hablar.

- Se lo repito: lo que siento realmente es que no tiene la más mínima importancia si vivo o si muero.  Nadie me creó, nadie me ayudó a vivir, nadie me adjudicó un plan, nadie me va a pedir cuentas, ni por lo que haga, ni por lo que deje de hacer. Estoy fuera del plan, no hay registros de mi existencia.

- Esa no es forma de vivir, le dije sin convicción.

- A lo mejor no… Pero me he acostumbrado a vivir así.  Creo que el vacío forma parte de mi ser, lo atesoro.  No cultivo amistades, no me enamoro, no trabajo más de tres meses en el mismo sitio, me mudo una vez por año.  No quiero que nada venga a interferir en mi existencia sin causas, sin contextos, sin relaciones...

- Pero aquí está usted contándomelo.  Imagine que en el futuro yo trate de imitarle, y busque vivir una vida cero… Entonces habrá usted iniciado algo.  Yo sería el primer miembro de una secta que llevaría su nombre.  A lo mejor juntos cambiaríamos el mundo.

Por primera vez en todo el viaje se sonrió, con la boca ladeada en un rictus de desprecio, y me miró como si yo fuera una mancha viscosa.

- Tendría yo que buscarle y matarle.  Lo que seguramente sería el crimen perfecto porque no existe ninguna relación entre usted y yo. 

Dijo esto, se paró, recogió su equipaje y me dejó con la incomodidad en los codos, que no hallaban donde posarse. 

Esto es lo que recuerdo de nuestro intercambio.  Al levantar la vista me di cuenta de que nos habíamos detenido en la estación de Ferozi. El viaje fue casi instantáneo, lo que tengo que agradecerle a mi acompañante.  

Pero ya se ha ido,  así que no podré echárselo en cara, como un argumento más de su función en este mundo. 

Tengo ganas de conseguirme ya con D. y contarle mi aventura.  Me decido a levantarme de mi asiento y tiro de mi bolso para sacarlo de la sombrerera, y veo pasar delante de mis ojos tus tapas azul cielo.  Caes estrepitosamente al suelo y me parece que es un llamado de atención: tengo que recoger los detalles por escrito, antes de que los olvide.

Me vuelvo a sentar, dejo mi bolso en el suelo y decido escribir esta entrada, que hasta ahora es la más extraña que he escrito.

La última entrada se interrumpe abruptamente pocas líneas después,  cuando el autor se explayaba acerca de la posibilidad de influir sobre los demás.  Levanto la vista y me froto en los ojos la concentración con la que leía hasta ese momento.

Me doy cuenta de que el tren ya recorre el camino de subida a Milvania.  Unos patos miran con frustración el estanque congelado y levantan el vuelo. 

Enlazo una sensación de vacío con el gesto de sacar mi propio cuaderno de anotaciones, y el amarillo de su cubierta me reconforta un poco. No quiero llevarme un diario ajeno, pero quiero que esté conmigo. Quisiera reproducir el contenido y añadirle mis propias reflexiones. 

Espero que me alcance el tiempo.

Deberían ponerte a dormir

Deberían ponerte a dormir

 

No te amarro

ni te pongo un bozal

ni te dejo nunca afuera

con este mal tiempo.

 

Nunca me olvido de ti

te llevo conmigo

te protejo y trato

de aliviar tus pesares

y si te has peleado

con el mundo

lamo tus heridas

y escucho tus lamentos.

 

 

Tu muestras los colmillos

y gruñes cuando me acerco

y me lastimas con saña

haciéndome tropezar

poniéndome contra la pared

mordiéndome entre ladridos

inoculando miedo en los huesos

que estoy seguro quisieras roer.

 

 

Deberían ponerte a dormir.

 

No cuidas de mi sueño

y más bien te divierte

organizar los insomnios

cuando la luna te favorece

o ulula una ambulancia

o pasa una perra mala

con el lomo arrebujado

o se muere un vagabundo

de tu tribu urbana

entonces aúllas durante horas

tumbas los tachos de basura

y persigues las ánimas con frenesí.

 

 

Cobarde hasta las pulgas

si entran de saqueo

no te molestas en ladrar

o estas como ausente

o te lías como un anillo

o meneas la cola mansamente

o te callas como un enemigo

o simplemente no te importa.

 

Deberían ponerte a dormir.

 

Cuando alguien me lastima

no mueves un pelo de tonto

porque consideras merecido

los golpes y peyorativos

ya que sirven para domar

mis numerosas mañas

 y perjuicios.

 

Pero si me besan la punta del pie

o tan siquiera se atreven a olerme

se te cruza la bestia peluda

con el monstruo desencajado

y te retuerces y tiemblas y chillas

amenazando con aspaviento

como si  pudieras

comértelos muertos

antes de caer al suelo.

 

Deberían ponerte a dormir.

 

Te juntas con otros para arruinar

lo bello y lo ordenado

tu jauría llega sucia enferma y hedionda

y juegan toda la noche al escondite

a policía y ladrón a la tonga y al escondido

y tras la brutal tropelía

quedan en astillas

 jarrones  espejos y fotografías.

 

Para que no me queje

ni eche en falta alguna escultura

antes de largarse todos abrazados

bajo la luna en el jardín amado

cagan entre saltos y contorsiones

sobre las rosas y los tulipanes.

 

Deberían ponerte a dormir.

 

Muerdes la mano que te alimenta

precisamente mientras te alimenta

y sosteniendo mis dedos entre tus caninos

te ríes y me exiges que te pida perdón

y que silbe y que cante y que rece una oración.

 

Lo que te sirvo siempre está demasiado caliente

o tan frío que podrías constiparte

tan dulce que daría caries

o muy salado para tus riñones

exiguo para tus ganas

abundante para tu mesura

o mezquino para tu justa retribución.

 

Deberían ponerte a dormir.

 

Transmites enfermedades

y eres el huésped maldito

(con gozo mal disimulado y alevosía)

de los vectores de una peste ontológica

el olor que marchita flores

el hálito que tumba dientes

el contacto  que empava

la estela que marea

la mirada que nubla la mente

el miasma que empicha el agua

y la presencia que descorazona.

 

 

Pero no dejas que te bañe

tu pelaje enmarañado y viscoso

tiene nudos  tan intrincados

que solo la sarna podría acicalarte.

 

Deberían ponerte a dormir.

 

Eres puro dolor:

         pena realenga

         cojera de la convicción

         mutilación en las ganas

         y artritis del amor

          

te falta sangre para tanta herida abierta

               costilla para tantos golpes de la vida

               barriga para arrastrarte hasta la tumba

estás raquítico para lo que jodes

           herniado para lo que te conviene

           chueco para tu asombrosa ubicuidad

 

y aunque la piel se te cae de los huesos

y tienes los belfos en jirones

quieres besar sin boca

y copular sin vocabulario

como si fueras de otra especie.

 

Deberían ponerte a dormir

porque es lo que se hace con los perros

que están como tú estás

desde hace ya tanto tiempo.

 

Pero no me atrevo.

No puedo ni pensarlo.

(Me angustia extrañar tu compañía.)